Sexualidad y arte

La sexualidad está tan presente en nuestra vida, forma parte de una manera tan férrea de nuestro yo más íntimo, que acaba por impregnar nuestras acciones más de lo que nos pensamos. Si repasamos la historia del Arte veremos cómo la sexualidad, lo sexual o lo erótico está presente en múltiples manifestaciones artísticas. Basta citar cuadros como La maja desnuda de Goya, El origen del mundo de Gustave Courbet, los grabados shunga o algún desnudo de Egon Schiele para comprobar cómo la sexualidad ha determinado históricamente la temática de muchas composiciones artísticas como también lo ha hecho con muchas creaciones literarias.

Esto, tan evidente en ramas del arte como la literatura, la pintura, la escultura o la fotografía (para comprobarlo basta con adentrarse en la obra de los múltiples fotógrafos eróticos a los que hasta el momento hemos dedicado un espacio en nuestro blog como pueden ser, entre otros, Helmut Newton, Jan Saudek, Jeanloup Sieff, Igor Koshelev o Ellen Von Unwert) no lo es tanto, a simple vista, en otras ramas del arte. ¿Cuántas sonatas no habrán visto la luz sin que lo sepamos emergiendo desde la penumbra íntima de un impulso sexual? ¿Cuántas composiciones musicales no deberán su existencia a la canalización artística de un impulso primariamente sexual?

La sexualidad, y quien dice la sexualidad dice el deseo o dice el Amor (ese amor que, más allá de la sensiblería del romanticismo, es carnal en su esencia), motiva gran parte de nuestros comportamientos y nuestras creaciones. Sin duda que es lo sexual lo que impulsa a Gustav Klimt a realizar ese magnífico dibujo que es Masturbación. Sin duda que es lo sexual lo que determina los temas de un dibujante como Milo Manara. Pero… ¿tiene la sexualidad la capacidad de determinar también la forma y el contenido de una manifestación arquitectónica? O, dicho de otro modo, ¿puede la arquitectura guardar una estrecha relación con la sexualidad?

Exposición en el CCCB de Barcelona

Justificar la respuesta positiva a esta pregunta con 250 argumentos es lo que ha hecho el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Esos 250 argumentos no son otra cosa que un conjunto de documentos, fotografías, planos, ilustraciones, libros, instalaciones, etc. que, reunidas en una exposición comisariada por Adélaïde de Caters y Rosa Ferré, intenta mostrar cómo se han imaginado, proyectado y construido los espacios sexuales desde el siglo XVII. En esa fecha, el Marqués de Sade describía en uno de sus libros un salón de torturas. Ese salón de torturas, ideal para la práctica del BDSM, aparece en esta exposición del CCCB convertido en maqueta.

La muestra, abierta hasta el próximo 19 de marzo, ocupa 1.000 metros cuadrados y tiene un título que no deja lugar a dudas: Arquitectura y sexualidad. Rosa Ferré ha declarado que esta exposición no pretende ser una muestra de los lugares en los que se practica sexo, sino una muestra que intenta explicar a aquella persona que la visite el cómo la arquitectura ha contribuido a influir en el comportamiento sexual del ser humano.

Para reunir los objetos expuestos en Arquitectura y sexualidad se ha contado con la colaboración y la cesión de piezas originales por parte de centros culturales de todo el mundo como pueden ser la Biblioteca Nacional de España, la Bibliothèque Nationale de France o el MoMa neoyorquino, así como con un amplio y envidiable número de piezas procedentes de diversas colecciones particulares.

Utopías sexuales

La exposición Arquitectura y sexualidad está dividida en tres capítulos temáticos y varios espacios autónomos que funcionarían como “miniexposiciones” dentro de la exposición global. Cada uno de estos espacios autónomos. Estos espacios autónomos (los entretenimientos sexuales de Nicolas Schöffer, un gabinete de lectura de ficción libertina, una instalación dedicada a la arquitectura y a su relación con la revista Playboy o una sala de cine porno a la manera de los años setenta) están comisariados cada uno de ellos por diferentes especialistas.

El primero de los capítulos de Arquitectura y sexualidad tiene por título “Utopías sexuales”. En este capítulo se incluyen aquellos proyectos arquitectónicos que, firmados por gente como Charles Fourier, Guy Debord o Claude-Nicolas Ledoux, intentaron de una manera u otra “subvertir los modelos tradicionales y postular utopías de convivencia sexual o espacios privados concebidos exclusivamente para el placer”.

En este capítulo, dichos proyectos arquitectónicos utópicos conviven con proyectos más actuales. La arquitectura radical de los años sesenta y setenta del siglo XX (años de fulgor del movimiento hippie y de su propuesta de amor libre) y las obras de autores como Carlo Molino, Adolf Loos o Nicolas Schöffer, así como diversas muestras de arquitectura contemporánea pensada para el gozo de lo sexual.

Refugios libertinos

El segundo capítulo de la exposición Arquitectura y sexualidad tiene como nombre “Refugios libertinos” y muestra hasta qué punto llegaba, en plenos siglos XVII y XVIII, la ósmosis entre arquitectura y literatura erótica. Este capítulo, que se abre con unas imágenes de Las amistades peligrosas (la película dirigida por Stephen Frears en 1988, protagonizada por Glenn Close, John Malkovich, Michele Pfeiffer, Keanu Reeves y Uma Thurman y basada en la novela epistolar escrita por Pierre Choderlos de Laclos en el siglo XVIII), intenta mostrar cómo han evolucionado esos “refugios libertinos” desde aquellas “petites maisons” de esa aristocracia francesa retratada en Las amistades peligrosas hasta los apartamentos de soltero propios del siglo XX.

Nombres como los de Sade y algunos coetáneos suyos (Crébillon, Servigné, Choderlos de Laclos o Nerciat) se convierten en protagonistas de este segundo capítulo en el que se incluye también la “miniexposición” dedicada a Playboy. Esta “miniexposición”, comisariada por Beatriz Colomina, gran experta en Playboy, muestra no sólo la famosa habitación con la cama redonda en la que Hugh Hefner, fundador de la revista, ha sido fotografiado en batín tantas y tantas veces. La “miniexposición” dedicada a Playboy muestra, también, hasta qué punto la publicación estadounidense fue clave a la hora de difundir la arquitectura de artistas como Mies van der Rohe o Frank Lloyd Wrigth o para hacer que los hombres, de alguna manera, empezaran a interesarse por la arquitectura y el diseño.

Sexografías

El tercer capítulo de Arquitectura y sexualidad lleva por título “Sexografías”. En esta sección de la exposición se muestran mapas de distintas ciudades en los que aparecen señalados aquellos espacios públicos que, de una manera u otra, han nacido y se han destinado al mantenimiento de encuentros sexuales prohibidos.

La contemplación de esta magnífica exposición que es Arquitectura y sexualidad sirve no sólo para contemplar cómo alguien como el urbanista y arquitecto francés Claude-Nicolas Ledoux proyectó un edificio de planta fálica y testiculada destinado al placer o cómo son las habitaciones oscuras de las noches homosexuales de Barcelona. También sirve para corroborar hasta qué punto es cierto aquello que escribiera Dante Alighieri de que el Amor mueve el sol y las demás estrellas. Claro que Dante olvidó decir que ese Amor de poder tiránico e infatigable empeño del que él hablaba no era ese Amor platónico que se consume en sí mismo y que se cuece en el caldo que, con huesos de ñoñez y con berzas de pudibundez judeocristiana, se elaboraría siglos más tardes en los estudios de Hollywood y en los guiones de Disney, sino de un Amor más carnal y auténtico, más hormonal, más nacido en el bajo vientre, más candente y lacerante, más sudoroso y menos perfumado. Más inolvidable, en suma. Más eterno.