El erotismo siempre ha sido un tema que, de una forma u otra, ha estado presente en la obra del Premio Nobel Mario Vargas Llosa. Admirador, entre otros, de Georges Bataille, el escritor hispano-peruano ya dio muestras de tener una incandescente mentalidad erótica al publicar, en 1988, Elogio de la madrastra, una novela erótica que destila un elegante aroma a perversión.

Varios años después, en 2015, el laureado autor publicó Los cuentos de la peste, una obra teatral inspirada en el Decameron y que tiene al deseo como protagonista central de la misma.

De esta obra, y de la relación de Vargas Llosa con el erotismo y con la literatura erótica, os vamos a hablar en este artículo.

Vargas Llosa y erotismo

Mario Vargas Llosa y el erotismo

El escritor, nacido en Arequipa (Perú) en 1936, ha sentido siempre una innegable atracción por lo erótico y el erotismo como tema literario. De hecho, a Vargas Llosa se debe la definición de erotismo como “la desanimalización del amor físico”.

Para el novelista, el amor físico avanza históricamente desde la mera satisfacción de una pulsión instintiva (el instinto de follar) hacia un quehacer creativo que “prolonga y sublima el placer físico rodeándolo de rituales y refinamientos que llegan a convertirlo en obra de arte”.

Ese quehacer creativo lleno de rituales y refinamientos sería pues, el erotismo. Más que el ollar por follar, al autor peruano le interesa el ritual del sexo, la elegancia del polvo trabajado, la escenificación elegante del deseo.

Esta atracción de Vargas Llosa por el erotismo como tema literario se ha plasmado en alguna de sus obras. Está presente, como hemos indicado anteriormente, en Elogio de la madrastra (novela que narra las relaciones sexuales lúdicas y alegres de Lucrecia y Rigoberto) y también en Los cuadernos de don Rigoberto (obra que recoge las fantasías eróticas de un directivo de una compañía de seguros.

Otra de las obras del escritor peruano en la que el erotismo se convierte en eje central de la misma es Travesuras de la niña mala. Sobre esta novela, que contiene escenas de contenido sexual bastante explícito, ha dicho su propio autor que es “una exploración del amor desligado de toda la mitología romántica que lo acompaña siempre”).

La última obra en la que el erotismo ha adquirido especial relevancia en la obra de Mario Vargas Llosa es ésta a la que dedicamos este artículo, Los cuentos de la peste. De ella vamos a hablaros a continuación pero no sin antes hacer una breve mención a la obra en la que está inspirada: el Decamerón.

Mario Vargas Llosa

Decamerón: sexo en tiempo de pandemia

En el siglo XIV, Giovanni Boccaccio, autor italiano, firmó una de las obras cumbres de la literatura erótica de todos los tiempos: El Decamerón. Con esa eterna colección de cuento, Boccaccio estrenaba un recurso argumental que después haría fortuna.

El recurso al que nos referimos es sencillo: la peste asola la ciudad y un grupo de jóvenes, para huir de ella y aislarse del mundo, se refugian en una villa. Allí, para matar el tiempo y aliviar el transcurso de las largas horas, se dedican a contarse cuentos.

Muchos de los cuentos que cuentan los personajes huidos y atrapados en El Decamerón tienen al amor como principal protagonista. Pero ese amor no es un amor platónico. No es el de los juglares, sino un amor eminentemente sensual y erótico.

Los personajes creados por Boccaccio se alejan de todo romanticismo. Son personas de carne y huesos que, simple y llanamente, quieren hacer el amor.

Con toda la delicadeza formal de la pluma de su autor, el Decameron se convirtió, pese a la variedad de temas tratados, en una fantástica recopilación de cuentos eróticos. Por sus páginas aparecen mujeres infieles que, asqueadas de su insatisfacción sexual, buscan en otros lechos lo que no encuentran en el marital; monjes que fornican con incautas feligresas, comerciantes y ancianos que buscan la carne de las jóvenes para satisfacer sus deseos y parejas que, entregándose al llamamiento incendiado de la carne, follan como si el mundo fuera a acabarse al día siguiente.

El erotismo del Decamerón ha cautivado a lo largo de la historia a muchos autores que, de un modo u otro, han intentado reinterpretar o adaptar los contenidos y argumentos de sus cuentos.

Uno de esos artistas fue el escritor, poeta y director italiano Pier Paolo Pasolini, que se basó en algunas de las historias del citado libro para filmar una de sus más renombradas películas en 1971. Otro, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, que con su novela erótica Fragmentos de amor furtivo recrea el esquema del libro de Boccaccio, esta vez con una pareja que se cuenta cuentos eróticos a las afueras de una Medellín azotada por las mafias de la droga.

Decamerón

Los cuentos de la peste: un Decamerón a lo Vargas Llosa

Editada por Alfaguara, la obra se empezó a representar el 28 de enero de 2015 en el Teatro Español de Madrid. Como en otros experimentos teatrales realizados con anterioridad, el escritor se subía al escenario y hacía de actor y compañero de representación de la bella actriz Aitana Sánchez Gijón.

La Sánchez Gijón tenía 46 años cuando empezó a representar Los cuentos de la peste. A esa edad podríamos considerar a la actriz ya alejada de la frescura de la primera juventud, pero hay una ley no escrita que dice que la que es bella es bella, y la madurez de Aitana Sánchez Gijón no hace sino destacar los rasgos perennes de su belleza. Además, después de todo, ¿quién mejor que una mujer hermosa y maduramente bella para inspirar las páginas literarias más eróticas que un escritor pueda escribir?

El poso de los años le sienta bien a los rituales y si el erotismo le debe mucho a la ritualidad, ¿qué mejor ayuda para los mismos que la serena belleza que puede proporcionarle la madurez de la musa que lo inspira? Nada mejor que ese punto de madurez para acabar con los arrebatamientos fogosos de la juventud e imponerle a la sexualidad el ritmo propio del erotismo.

La belleza de Aitana Sánchez Gijón invita al pensamiento lujurioso. Sus desnudos han sido habituales en el cine y en la televisión. Es inevitable mirarla y no tener algún pensamiento lúbrico. La belleza siempre tiene ese efecto.

Los admiradores de la belleza femenina y amantes del cine recuerdan a una Aitana Sánchez Gijón de apenas 17 años desnuda en el film Bajarse al moro, o, ya rozando la treintena, desnudándose en la serie televisiva La Regenta, reflejada en un espejo o mostrándonos su pubis peludo antes de meterse en una bañera en la que recibe un baño lento y un tanto lujurioso por su asistenta.

También sus pechos atrae nuestra mirada en El laberinto griego, otra de sus películas, y nuestra mirada obsesiva se fija en esos pezones que Omero Antonutti acaricia lenta y lúbricamente.

Así, la lujuria que puede desprenderse de la visión de Aitana Sánchez Gijón desnuda está ahí, en el texto de Vargas Llosa, palpitando en sus líneas (llega a haber hasta una incitación a la violación en la misma), pero éste, evitando caer en la vulgaridad, con la elegancia del decir, evita lo que podría considerarse pura pornografía para zambullirse de lleno en lo elegantemente erótico.

Aitana Sánchez Gijón