El erotismo en los orígenes de Hollywood

Sabemos que las autoridades estadounidenses no han sido las autoridades políticas del mundo más valientes a la hora de romper convenciones morales. Es más: sabemos que siempre han estado por la labor de imponer un manto moral sobre toda expresión de la cultura de masas. Puritanas hasta la ñoñez en muchos casos (¿es necesario citar el integrismo religioso de los Bush?) e hipócritamente ejemplares en otros (para la historia quedan los líos de faldas extramatrimoniales del mártir JFK), lo cierto es que los habitantes de la Casa Blanca nunca han estado por la labor de derrumbar las censuras morales que comúnmente se han impuesto sobre las expresiones culturales más populares.

Y decir expresión cultural popular en un país como Estados Unidos es, sin duda, decir cine. El cine comercial encontró en Hollywood su meca y fue desde allí desde donde lanzó su canto de sirenas a todo el mundo. Millones de personas en todo el mundo se engancharon al séptimo arte gracias a las producciones de Hollywood. Millones de personas hallaron en las producciones de Hollywood historias de todo género bien contadas, bien filmadas y, sobre todo, protagonizadas por diosas y dioses del celuloide a la que hombres y mujeres deseaban y convertían en protagonistas estelares de sus sueños más íntimos. Ser besadas por Cary Grant o por Clark Gable o estrechar el cuerpo desnudo de Elizabeth Taylor o de Rita Hayworth se convirtió en la encarnadura de las fantasías eróticas más encendidas de mujeres y hombres. Eso debería servirnos para constatar hasta qué punto cine y erotismo están conectados, de qué manera Hollywood y el erotismo se toman de la mano.

Hablar del erotismo en Hollywood es hablar necesariamente de ese empeño político por minimizar la carga sexual del cine comercial del que hablábamos al inicio de este artículo y también hacerlo de los trucos y subterfugios buscados por las productoras para intentar explotar un deseo: el de los espectadores por conocer “más íntimamente” a sus estrellas.

Desde el mismo nacimiento del cine se estableció una íntima relación entre el cine y el erotismo o, si se quiere, entre el cine y la pornografía. Casi desde el minuto uno de la historia del cine existieron películas pornográficas. Pero… ¿qué sucedió con el cine comercial? ¿Cómo era en sus orígenes en Hollywood? Pues, aunque pueda parecer algo casi extraordinario visto todo lo que sucedió después, el cine de Hollywood estaba trufado en sus inicios de más de un desnudo.

Hasta los años treinta, las productoras de Hollywood introducían desnudos en algunas de sus películas. Actrices como Audrey Munson o Annette Kellerman fueron pioneras a la hora de mostrar sus encantos en el cine comercial estadounidense. Si Munson fue la primera en aparecer desnuda en un film (Inspiration), Kellerman, nadadora que figura como una de las inventoras de la natación sincronizada, se convirtió en una activista a favor del desnudo femenino. Su atlético desnudo brilló, espléndido, en La hija de los dioses. Junto a los de estas dos pioneras del desnudo en Hollywood, también podemos citar el desnudo de Betty Blythe en La reina de Saba y las apariciones con “escasa ropa” de actrices de la talla de Claudette Colbert o de Maureen O’Sullivan, la inolvidable Jane de las películas de Tarzán protagonizadas por Johnny Weismuller. Hollywood aprovechó en esos años para crear argumentos desarrollados en lugares exóticos para, así, mostrar cuerpos desnudos de extras que acostumbraban a interpretar a nativas.

El código Hays

La relación entre erotismo y Hollywood, tan rica en los años mencionados, se vio duramente dañada en 1934. Cinco años antes, en 1929, un sacerdote jesuita y un editor católico crearon un código moral en el que se recogían prohibiciones y recomendaciones que, según ellos, debían delimitar las reglas del juego del cine de Hollywood respecto al erotismo. Dicho código fue rechazado por la industria de Hollywood. La relación entre Hollywood y el erotismo pretendía ser estrecha. Si no llegó a serlo por mucho tiempo fue por culpa de William Hays, presidente de la Asociación de Productores y Distribuidores Cinematográficos de América, un organismo que se había creado con la intención de atenuar la inmoralidad del cine comercial. Hays, de acuerdo con sus creadores, hizo suyo ese código y lo bautizó con el nombre de “Código de Producción”.

El “Código de Producción”, popularmente conocido como código Hays, empezó a aplicarse en el momento en que se creó la PCA o Administración el Código de Producción. Eso sucedió en 1934 y la función principal de la PCA era dar el visto bueno legal a las películas que los grandes estudios desearan estrenar.

El impacto sobre la relación entre erotismo y Hollywood fue letal. Para ver cine con tintes eróticos había que recurrir a las películas de serie B de escaso presupuesto o, directamente, al cine pornográfico. Tanto aquéllas como éste se veían condenados a los circuitos underground y a ambientes casi clandestinos. Ese carácter marginal permitió a estos films escapar al control de la organización de Hays, que sí se ejerció, sin contemplaciones, sobre el cine comercial.

Las grandes productoras de Hollywood debieron enfrentarse a una situación que suponía un duro golpe contra uno de los grandes reclamos publicitarios de sus películas: el sex appeal de sus estrellas. Para compensar la imposibilidad de mostrar desnudos, Hollywood recurrió a un tipo de actriz que, voluptuosa, hiciera destacar sus encantos físicos más allá del tipo de ropa que llevaran. A eso se unió el diseño de nuevos sujetadores. La combinación de ambos factores y la genética convirtieron a estrellas de la pantalla a mujeres como Jane Russell, Jayne Mansfield, Ava Gardner o la mismísima estrella de Hollywood sexy y despampanante por excelencia: Marilyn Monroe. Marilyn Monroe podría ser, por sí sola, en el símbolo por excelencia de la relación entre Hollywood y erotismo.

La revolución de finales de los 60

Pero la relación entre erotismo y Hollywood no finalizó ahí. El año 1968 supuso el fin del reinado censor del código Hays. Confluyeron para que eso pudiera ser posible diversos factores. Uno de ellos fue el que el cine B se volviera cada vez menos clandestino y más popular y otro que el cine que llegaba de Europa fuera cada vez más desinhibido. Enfrente de las obras de directores como Russ Meyers (siempre plagadas de mujeres pechugonas) o Doris Wisham, de los nudies (especie de documentales plagados de gente desnuda y que intentaba mostrar el estilo de vista nudista) y de las obras que, llegadas de Europa, protagonizaban artistas como la sueca Lena Nyman o la francesa y mundialmente deseada Brigitte Bardot, el cine de Hollywood empezaba a parecer a demasiada gente un cine demasiado pacato para los tiempos que se vivían. Hay que pensar que es la época del movimiento hippie, de la Primavera de Praga, del Mayo francés… ¿Cómo podía imponerse en esas circunstancias algún tipo de censura sobre el cine?

Las costuras de la censura cedieron y la relación entre Hollywood y el erotismo volvió a hacerse má estrecha y el cine comercial volvió a permitirse ciertas licencias. Los años ochenta, sin embargo, trajeron consigo la llegada al poder de uno de esos carcas que acaban marcando toda una época y que acaban dejando su sello sobre toda la sociedad o que, dicho de otro modo, simbolizan y reúnen en su figura y a la perfección la idiosincrasia de una parte fundamental de su población: Ronald Reagan. Reagan procedía de Hollywood (había sido un mal actor), pero representaba lo más duro del republicanismo estadounidense, lo más duro de la derecha ideológica de los EEUU.

El reaganismo, otro paso atrás

El reaganismo dejó su huella sobre todo lo que tocaba, y el cine Hollywood no permaneció ajeno a su influencia. Por otro lado, al cine comercial le resultaba difícil competir contra un cine, el pornográfico, que había abandonado el guetto y que ya había empezado a proyectarse en salas comerciales especializadas en la proyección de dicho tipo de películas. El cine de Hollywood, pues, debía buscar un método que le permitiera publicitar sus películas y hacerlas atractivas a los ojos de los espectadores. La industria de Hollywood encontró la clave para superar dicha situación en la palabra escándalo. El escándalo debía servir para atraer a las salas de cine y por igual a quienes se declaraban fans del cine erótico y a quienes no se declaraban como tales.

Dentro del grupo de lo que se conoce como películas-escándalo podríamos incluir Nueve semanas y media e Instinto básico. Auténticos fenómenos cinematográficos que atrajo a las salas de proyección a todo tipo de espectador. Lo que se hizo comercialmente con esas películas fue lo que se intentó hacer con films menos exitosos como Showgirls o Striptease.

Durante los últimos años se han vuelto a estrechar los lazos entre Hollywood y el erotismo. Más explícito. Más abierto. Mostrando escenas más escabrosas. Así se ha vuelto el cine de Hollywood en materia sexual. Los tiempos y sus características han acabado por resquebrajar el muro de censura que la sociedad más conservadora estadounidense había intentado alzar sobre la producción cinematográfica comercial. Esta reafirmación de los lazos entre erotismo y Hollywood no ha supuesto, sin embargo, que lo mostrado en las producciones de Hollywood llegue a ser tan explícito y abierto como lo es lo que suelen mostrar muchas producciones europeas. Además, la desaparición del código Hays no implica que no exista regulación alguna sobre la producción cinematográfica de Hollywood. Toda película debe, de hecho, ser clasificada moralmente por edades, lo que siempre implica el riesgo de tener una influencia directa sobre la recaudación. Y eso es lo que más puede preocupar a un productor. Después de todo, en Hollywood las películas se hacen para ganar dinero.

Nota: este artículo debe su inspiración y buena parte de sus contenidos al artículo “Hollywood y el sexo: una historia de desamor”, de Miguel López-Neyra, publicado en Jot Down.