El tirón del porno

El empeño de la censura en borrarlo de nuestra vida como especie animal sólo ha sido el fiel reflejo de nuestro afán por situarlo en una parte más o menos importante de nuestra vida. El porno entendido como disfrute de la visión de imágenes en las que los seres humanos se entregan al gozo de las prácticas sexuales más diversas es algo que nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra existencia. Lo demuestran las cerámicas griegas en las que podemos encontrar felaciones y prácticas de sexo anal, los frescos de los prostíbulos de Pompeya, los bajorrelieves de algunos templos hindús, las ilustraciones de Paul Avril o las imágenes de alguna película protagonizada por Rocco Siffredi o Nacho Vidal.

El porno nos atrae y el porno forma parte de nuestra vida. También de la conyugal. Se dice que cada vez son más las parejas en las que ambos miembros de la misma contemplan cine porno y son cada vez más los sexólogos que sostienen que la contemplación del porno en pareja puede servir no sólo para avivar la pasión vivida por la pareja, sino también para aumentar la comunicación en el seno de la misma y estrechar los lazos entre sus partes.

Esta opinión choca frontalmente con la de otras personas que consideran que la contemplación del porno en pareja puede acabar afectando negativamente a la vida íntima de la misma. La falta de comunicación o empatía entre los protagonistas de la inmensa mayoría de las películas porno y el modo en que se muestra en las mismas prácticas sexuales que se desarrollan de manera automática y que reproducen esquemas de comportamiento patriarcal y marcadamente machistas sirve a estas personas para reafirmarse en sus argumentos.

En esta misma sección hemos visto en algún artículo cómo en los últimos años han ido surgiendo en el mundo de la industria pornográfica diferentes artistas que, como la directora y escritora Erika Lust, han intentado crear otro tipo de cine porno con modelos de comportamiento y actitudes sexuales mucho más naturales y alejadas de la artificiosidad del porno mainstream.

Estos intentos revolucionarios chocan, sin embargo, con una realidad apabullante: internet ha permitido que se multiplique hasta casi el infinito la oferta de porno tradicional. De hecho, se habla de que existen más de 420.000 millones de páginas pornográficas que reproducen el esquema mainstream del que hemos hablado. Sin duda, demasiadas páginas como para que no acaben imponiendo su estética en el ámbito del consumo de pornografía.

Lo bueno y lo malo del porno

Todos estos datos, sin embargo, no nos sirven para dar respuesta a la pregunta que verdaderamente nos preocupa: ¿afecta la contemplación del porno en pareja, y de qué manera, a la vida íntima de la misma y a su manera de vivir la sexualidad? Hay una productora porno, Wood Rocket, que ha intentado dar respuesta a esta pregunta. Para ello ha elaborado un vídeo en el que una decena de intérpretes de cine porno expresan su opinión al respecto.

Algunos de estos intérpretes porno recalcan la importancia que tiene que los dos miembros de la pareja posean una visión semejante y paralela del porno. Si a uno le apasiona y el otro lo considera algo absolutamente indecente y depravado, es difícil que el porno en sí o su contemplación pueda tener efectos beneficiosos sobre la vida de esa pareja.

El cine para adultos será positivo para la vida de pareja si ésta interactúa a partir de la contemplación de aquél, lo observa con mirada crítica y se ponen en común, con ánimo constructivo, las sensaciones experimentadas con su contemplación y las ideas que puedan haber brotado a partir de la misma. Ver una película porno en pareja puede servir para proponer algo que nos atraiga especialmente y para llegar a acuerdos sobre lo que podrá formar parte o no de las rutinas sexuales de la pareja.

Una escena pornográfica puede servir como fuente de inspiración para la pareja o como sugeridor de posturas eróticas o prácticas y trucos eróticos a realizar. Observar cómo se realiza un cunnilingus o una felación puede servir, sin duda, para mejorar nuestra técnica a la hora de practicar sexo oral.

En el lado opuesto de la balanza deberíamos colocar, al decir de los actores y actrices que protagonizan las tórridas escenas de caracterizan el cine porno, el principal riesgo que la contemplación del porno en pareja puede acarrear para la misma y que puede acabar afectando a su funcionamiento. Ese riesgo, del que ya hemos hablado en algún post anterior, es el de intentar amoldar nuestro comportamiento sexual a los estándares de comportamiento mostrados por las películas porno.

Para evitar que ese riesgo acabe carcomiendo la vida de la pareja hay que asumir cuanto antes que el cine porno es al fin y al cabo cine y que el cine, cine es. El actor y la actriz porno son profesionales de la interpretación y personas especialmente seleccionadas para representar una performance sexual. Adoptan las posturas eróticas más inverosímiles, tienen cuerpos más trabajados y esbeltos y poseen, en el caso de los hombres, unos genitales mucho más llamativos. Ni vamos a durar tanto como en muchos casos aparentan durar los actores porno ni vamos a tener (por regla general) el pene de Nacho Vidal. Por eso un hombre no debe frustrarse por no poseer las medidas de un actor porno ni una mujer debe sentirse peor amante por no poder realizar una garganta profunda.

Comprender que el cine (también el porno) es una fantasía plagada de mitos y ficciones es fundamental para evitar que esos mitos y esas ficciones acaben influyendo negativamente sobre la vida de pareja. Del mismo modo que se contemplan como ficción una persecución automovilística o una acrobacia inverosímil de James Bond deben contemplarse muchas escenas porno.

¿Debemos, pues, mirar películas porno en pareja? Pues claro, por supuesto. Con afán lúdico y espíritu crítico. Mirándolas de ese modo nos servirán para excitarnos, para estimularnos, para inspirarnos, para dar un puntito de ardor a nuestra relación, para ponernos a punto. Mirándolas de ese modo evitaremos acabar llorando por la falta de exuberancia de nuestro pene o por nuestra incapacidad para evitar las arcadas cuando la punta del miembro nuestra pareja nos toca la campanilla.