Bella con o sin bisturí

Las malas lenguas dicen que tu maravilloso aspecto tiene una doble explicación. Por un lado, una materia prima excelente. Por el otro, una magnífica y completa tarea de chapa y pintura. La materia prima excelente venía de serie. Ya eras guapa de nacimiento, aunque te hayas cansado de decir que de niña y preadolescente eras un patito feo con aparatos en los dientes y el pelo zanahoria. De esa belleza natural tuya quedan pruebas fehacientes, Megan Fox. Están todas las películas que rodaste y los reportajes fotográficos y campañas publicitarias que protagonizaste cuando, según se dice, aún no habías sido atacada por la fiebre de la cirugía y el retoque.

Cuando hablamos de esas películas hablamos, en primer lugar, de Transformers. ¿Cómo no enamorarse de aquella Mikaela Banes de labios frutales y carnosos? ¿Cómo no derretirse ante una mirada de aquellos ojos de color azul cielo? ¿Cómo no desear perder la conciencia y el sentido del tiempo sobre la geografía maravillosa de aquel cuerpo de escándalo? Hundirse en él, diluirse en sus profundidades, dejarse acunar por el oleaje de sus flujos más íntimos… Transformada en Mikaela Banes llegabas, Megan Fox, para enturbiar todos nuestros sueños e iluminar algunas de nuestras mejores pajas. Lo adivinaron nuestras parejas, que rápidamente empezaron a odiarte, a desprestigiar tus dotes interpretativas y a hacer juegos políglotas con tu apellido. Zorra, te llamaron. Nosotros, en esa rabia faltona y celosa de nuestras parejas y amigas intuimos la confirmación de lo que viene siendo una regla de general cumplimiento: es difícil que las mujeres guapas tengan buenas amigas. Las mujeres, en eso, son muy “fox”. La competencia, cuanto más lejos, mejor.

Quizás fue por eso por lo que tú, Megan Fox, y según has declarado en alguna ocasión, nunca tuviste muchas amigas. Tampoco en tu infancia ni en tu primera adolescencia. Seguramente ellas iban intuyendo que cada cambio que se iba produciendo en tu cuerpo era un cambio destinado a esculpir la imagen misma de la Belleza. Todos esos cambios dieron como resultado esa mujer espectacularmente erótica que vimos en Transformers. Aquella Megan Fox carnal y femenina incitaba a la concupiscencia y al vicio. Imposible no soñar con magreos incontenibles.

Pero el Tiempo no cesa de introducir cambios en nuestra anatomía y, según cuentan, tú caíste en la tentación de intentar frenar con el bisturí todo aquello que el Tiempo deseaba ejecutar. Si eso es cierto, si es verdad que, como cuentan, corregiste tus párpados, tu nariz, te colocaste implantes en pómulos y senos, echaste mano del bótox y modelaste tus labios con alguna inyección, lo hiciste, Megan Fox, con sublime gusto, aunque deberás siempre reconocernos que ninguna creación artificial podrá mejorar la belleza fresca y desbordante de lo natural. Pero, tú lo has dicho en alguna entrevista, la obligatoriedad de presentarse a los ojos del mundo como una especie de símbolo sexual hace que una mujer quede reducida a ser un rostro, unos pechos, unas piernas y un culo. Todo eso debe estar en perfecto estado de revista y lucir espléndido si la persona que debe lucirlos desea perdurar muchos años en ese estatus de símbolo sexual. Por eso son muchas las que sucumben a la tentación del bisturí, el bótox y la silicona. Seguramente tú seas una de esas personas. O quizás, como dicen tus más acérrimos defensores, tus cambios físicos, Megan Fox, son sólo efectos secundarios de ese duro régimen de adelgazamiento que ha hecho perder a tu cuerpo su acogedor y mullido aspecto de antaño.

Y es que has adelgazado mucho, Megan Fox. Y lo has hecho a pesar de tus embarazos. Ahora eres más muñequita, más Barbie, más artificial. Que nos sigas gustando es irremediable. Más o menos mullidita, con más o menos carne, eres una preciosa mujer. Además, tú sabes dosificar lo que enseñas y ésa es la mejor manera de hacer perdurar el misterio y de estimular nuestras ganas de ti.

Has llegado a decir que pueden contarse con los dedos de la mano las personas que te han visto completamente desnuda. Entre ellos, claro, figuran tus parejas. Las envidiamos a todas ellas. Envidiamos a esos ojos que han tenido la dicha de contemplar a Megan Fox desnuda. Retocada o no, tu hermosura es una hermosura marcadamente sensual. Eso nos excita. Como nos excita ir descubriendo cosas sobre ti. Por ejemplo, saber que estuviste enamorada de una stripper rusa. No nos importa saber a ciencia cierta si aquel amor triunfó y si tuviste o no una relación lésbica con ella, Megan Fox. En nuestro proceso mitificador no cuenta tanto la verdad como la imaginación. Es ésta la que trabaja, es ésta la que crea el andamiaje sobre el que colocamos tu figura como un anuncio de neón que nos guiara en mitad de la noche hacia un tiempo de placer y gozo.

En ese juego de imaginación al que nos invita las fotos que contemplamos de ti y lo que leemos sobre tu intimidad no sólo imaginamos a Megan Fox desnuda. También imaginamos a Megan Fox follando con esa stripper venida del frío mientras nos mira a los ojos y, con esos dos disparos de láser azul que parecen sus ojos, nos invita a unirnos a la fiesta. Nos sentimos entonces desbordados de placer y, deseosos de un trío, husmeamos las webs buscando la posibilidad de convertir en realidad ese sueño de gozar de dos mujeres a la vez. Recalamos finalmente en nuestra búsqueda en GirlsBcn y ahí encontramos a una bella y ardiente mujer que nos ofrece la posibilidad de hacer realidad ese dúplex con el que siempre soñamos mientras el recuerdo de tu cuerpo se nos va perdiendo entre las sombras de la noche como un anuncio de neón al que le fallara la conexión eléctrica.

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