Sobre la obviedad o el disimulo de la sensualidad

Hay mujeres cuyo nombre les va como anillo al dedo. Felicity Jones es una de ellas. Y es que felicity (felicidad) es lo que debe sentir quien tenga la suerte de poder contemplar la maravilla esmeralda de los ojos de Felicity Jones desde el otro lado de la mesa en la que, tras haber pasado la noche juntos, se está desayunando. Felicity es lo que debe sentir quien tenga la suerte de acariciar esa piel que parece estar hecha de la seda más natural que pueda imaginarse. Felicity debe ser contemplar el gesto seguro que extasiado que Felicity Jones debe reservar para ese instante en que el placer se apodera de ella y se vuelve pura agua.

Hemos loado aquí la belleza de mujeres que invitaban a la concupiscencia rápida e incontrolable, mujeres que invitaban a pensar en un aquí te pillo y aquí te mato sin mayores miramientos ni mayores remilgos. Esas mujeres llevan la concupiscencia escrita en su ADN y nos hacen pensar en eso: en concupiscencia desatada, en deseo en estado puro, en lujuria sin freno ni medida. Podríamos nombrar al hablar de este tipo de mujeres a Kim Kardashian, a Úrsula Corberó, a Katy Perry, a Kate Upton, a Camila Morrone… a un sinfín de mujeres a las que llevaríamos a la zona oscura del parque pensando en una gloriosa mamada, a las que invitaríamos a la parte de atrás de nuestro coche o a la que nos follaríamos sin atender a mayores en el cuarto de ascensores. En estas mujeres (arrebatadoras, provocativas, exuberantes, tentadoras, irresistibles) la sexualidad y el erotismo son tan evidentes que, en ocasiones, cuesta pensar que esas mujeres pueden ser algo más que unas tetas andantes, que una vagina en ebullición, que unos glúteos glotones o que unos labios que fueron hechos con la principal misión de elevar la felación a la categoría de arte.

En otras mujeres, sin embargo, ese erotismo que invita a la lujuria desatada y urgente es menos obvio. En ellas la sexualidad es como una suave pincelada, algo que está ahí pero que hay que buscar dentro de un conjunto en el que se incluyen otros valores. Son ésas mujeres con las que nos imaginamos llegando al sexo única y exclusivamente tras haber compartido otras experiencias, un paseo por la playa, una tarde de cine, una cena a la luz de las velas, una lluvia de estrellas… Son éstas mujeres con las que quizás llegaríamos a plantearnos algo más duradero que un polvo rápido en el asiento trasero de un coche. Son éstas mujeres a las que, quizás erróneamente, consideraríamos más difíciles de conquistar y, por tanto, más preciadas. Sin despreciar el polvo en el asiento de atrás, la mamada en las sombras de la escalera de vecinos o el enculamiento repentino sobre el fregadero, con éstas mujeres de las que hablamos nos dejamos acunar por una ensoñación en la que incluimos habitaciones de hoteles con encanto, viajes de fin de semana, bellos paisajes contemplados desde la ventana de una suite, sábanas de seda…

Marion Cotillard, Anne Hathaway o Dakota Johnson; mujeres guapas, mujeres bellas, mujeres en las que la elegancia o la apariencia angelical son tan marcadas que le pueden a la carnalidad obvia y excitante de lo erótico, serían algunas de esas mujeres que, habiendo sido ya alabadas en esta sección, podrían ser incluidas en este grupo del que ahora hablamos y en el que, lógicamente, también incluiríamos a Felicity Jones.

Felicity Jones desnuda y follando

Felicity Jones es el prototipo de belleza serena y elegante. La dulzura de su mirada (inolvidable mirada de musgo, divinas esmeraldas convertidas en iris, ojos que aún conservan la inocencia de un tiempo que ya quedó atrás) nos hace sentir un poco sucios al desearla, un poco depravados. Pero es superior a nosotros: no podemos evitar la excitación ni los pensamientos sucios. Son precisamente esos pensamientos rijosos los que nos convierten en lo que somos: imaginaciones desatadas de erotismo, depravados de la paja mental, sátiros de la fantasía, juntaletras libidinosos, crápulas vocacionales.

Nunca pretendimos engañar a nadie. Nuestras palabras a lo largo de todos los posts de esta sección dan buena fe de ello. Ya hace tiempo que nos reconocimos en estas páginas como imaginarios mancilladores de pretendidas purezas. El mito del extremo placer imaginario derivado de desvirgar a una virgen fue plantado en nosotros y echó raíces. Nos excita (y mucho) el morbo de conseguir que lo aparentemente angelical deje de serlo merced a nuestra actuación. Ya hemos hablado de ello aquí. Lo hicimos al soñarnos compartiendo sexo con mujeres como Marine Vacth o Anne Hathaway. Incluso la experimentamos al soñar con una modelo como Taylor Hill. Por eso nos excita tanto imaginarnos follando con Felicity Jones. Porque en ella, pese a haber sobrepasado ya la treintena (Felicity Jones nació en 1983), sigue aleteando todavía ese halo de pureza que aletea en las mujeres dotadas de una belleza que parece ser más fruto de lo espiritual que de lo carnal y, por tanto, mucho más imperecedera, mucho más eterna.

De Felicity Jones nos enamora su contención británica, su estilo (ese mismo estilo que ella ha definido como “femenino y con aires rockeros”), su manera de evitar (lo ha hecho, al menos, hasta ahora) la elección de cualquier papel en el que se explote por explotar un erotismo que, si ella quisiera, podría hacerse mucho más obvio.

Felicity Jones desnuda, atravesando la habitación camino de la cama en la que nosotros esperamos, debe ser como un leve soplo de sensualidad que, erizándonos la piel, exigiera en nosotros el mejor amante, el más tierno, el menos brusco, el más sabio, el que supiera usar las manos y los labios, los dedos y la lengua, para llevar hasta el éxtasis tan divino regalo como debe ser el cuerpo desnudo de Felicity Jones.

Aunque pueda llegar a ser la guerrera más aguerrida de una galaxia muy, muy lejana (no hay que olvidar que Felicity Jones está hoy de moda en todo el mundo tras el reciente estreno de Rogue One: Una historia de Star Wars y haberse convertido, merced a su papel como Jyn Erso, una rebelde contra el Imperio, en una de las actrices mejor pagadas del mundo), en Felicity Jones queremos intuir un follar nada agresivo, nada violento, nada arrebatado. Felicity Jones follando debe optar (o así, al menos, lo creemos nosotros) por un follar lento y pausado, un follar que, lejos de ser como una tempestad que batiera furiosa sobre las rocas de la costa, debe ser más bien como la ola que lame la orilla. Felicity Jones follando debe usar un follar calmo que, sin prisas pero sin pausas, nos llevaría poco a poco hacia ese éxtasis en el que, aún con los ojos cerrados, podríamos contemplar el maravilloso espectáculo de ver a Felicity Jones, húmeda y feliz, encaramada a las cimas más altas del placer, señorialmente hermosa, elegantemente satisfecha.