Indagar más allá del estereotipo

Si hay un virus que puede atacar y roer desde dentro nuestro conocimiento cabal de las cosas ése es el virus de los estereotipos. El estereotipo es una cadena de apariencia amable y de corazón férreo que nos impide avanzar hacia el saber, un carcelero que, con disimulo y como sin querer, nos hace permanecer encerrados entre las cuatro paredes de lo que ya sabemos, acomodados en lo que creemos que es la sabiduría y que en el fondo sólo es una cómoda ignorancia.

Esa despreocupada y acomodaticia actitud de aferrarse al estereotipo rehuyendo la indagación y la búsqueda de la verdad es la que justifica el hecho de que, por regla general, a cada época de la Historia le asignemos una imagen que la identifica y, en cierto modo, la simboliza. Al hacer esto cometemos un pecado capital: el de convertir en sencillo lo que por naturaleza es complejo. Y es que no ha existido, ni existe ni existirá tiempo histórico alguno que no sea complejo. La complejidad es una característica de lo social. Lo es en la sociedad actual y lo era hace cien, trescientos, quinientos y mil años. Por eso ninguna imagen sirve para simbolizar por sí sola una época. Y para muestra, un botón: si tuvieras que elegir una imagen que simbolizara la Edad Media, ¿qué imagen elegirías? ¿La de un monje amanuense inclinado sobre su scriptorium? ¿La de un caballero templario? ¿La de un castillo en lo alto de una loma? ¿La de un mendigo agonizando de peste en una esquina de una ciudad por la que corren las ratas? ¿La de unos campesinos arrodillados ante su señor feudal? ¿La de una hoguera en la que arden los cuerpos de cinco mujeres acusadas de brujería?

Posiblemente cada uno de nosotros escogeríamos una cualquiera de entre ellas para simbolizar esa inmensidad de años que van desde el siglo V (cuando cae el Imperio Romano) hasta el siglo XV (cuando América es descubierta y cae el Imperio Bizantino). Serían, en su mayoría, imágenes que dieran cuenta de un tiempo sometido al imperio de lo religioso, un tiempo de violencia e inseguridad, un tiempo, en definitiva, oscuro y en el que el hedonismo no tuviera cabida. Sin duda, la imagen que probablemente nunca escogeríamos para simbolizar la Edad Media sería la de hombres y mujeres disfrutando de los gozos de la vida y, de entre ellos, del gozo sexual.

Capiteles eróticos

Nos han llegado tantos retablos con vírgenes y mártires, tantos pantócrators y tantos baptisterios, tantos tratados de Teología y tantas ermitas, tantos cuadros de escenas bíblicas y tantas iglesias y catedrales románicas que se nos hace difícil concebir la Edad Media como un tiempo proclive al erotismo. Y sin embargo el erotismo tuvo cabida en la Edad Media y llegó a plasmarse, incluso, en los capiteles de las iglesias y ermitas románicas.

No son pocos los templos que muestran en algún lugar de sus capiteles o en otras partes de su arquitectura imágenes de parejas que se besan, que copulan, que exhiben sus genitales adoptando posturas que, incluso hoy, podrían escandalizar a muchas personas.

Nos hemos acostumbrado a ver multiplicadas hasta la saciedad las imágenes eróticas propias de los templos orientales. Sabemos, por ejemplo, que Kharujaho es, en India, una especie de Kama Sutra en piedra, un lugar en el que la escultura erótica se convierte en un amplio y exuberante catálogo de posturas y prácticas sexuales que llena las paredes de los templos y que no deja de asombrar al visitante.

Con menos exuberancia pero no con menor descaro que lo hicieron los escultores hindús para realizar templos como los de Kharujaho, los escultores españoles o y los canteros convirtieron los capiteles de muchos templos, ermitas, monasterios y otro tipo de construcciones románicas españolas en lugar preferencial para que asomara la nariz una rica y desenfadada escultura erótica que chocaba frontalmente con la forma de entender la religiosidad y la vida que se proclamaba desde los púlpitos. Abades, obispos y sacerdotes proclamaban la supremacía del alma sobre la carne, de lo espiritual sobre lo material, de lo platónico sobre lo erótico. Para ellos, la castidad es una virtud y la lujuria, un pecado mortal. El infierno espera a todo aquél que quiera gozar del sexo fuera de la vida matrimonial y sin perseguir un objetivo claramente procreador.

Según los sermones de arciprestes y clérigos, el camino más directo hacia el infierno estaba señalado por la mujer. Ella era considerada el ser débil, el ser sensual, el ser lujurioso por naturaleza. Después de todo, la Biblia lo decía bien claro en su libro del Génesis: la primera mujer había hecho pecar al primer hombre. La tentación, pues, era algo muy femenino.

Teorías sobre los capiteles eróticos

Quizás por eso, porque se quería representar la tentación, los escultores y canteros que elaboraban capiteles, columnas y otros elementos arquitectónicos durante la Edad Media escogieron la figura de la mujer y su vertiente más erótica para decorar todos esos elementos. Pruebas las podemos encontrar en toda Europa y en muchas partes de España. En España, gran parte de esas muestras de erotismo en la arquitectura religiosa las podemos encontrar en las iglesias y monasterios del sur de Cantabria y norte de Palencia y Burgos.

Algunas de estas imágenes eróticas en iglesias medievales han llegado a nuestros días de puro milagro. En algunos pueblos de España aún se recuerda cuando, durante el franquismo, algunos párrocos animaban a los niños a destrozar a pedradas algunas de esas esculturas. Al hacerlo, tomaban una actitud muy diferente a la que, se dice, habían tomado los estamentos religiosos contemporáneos a los constructores de aquellos templos y monasterios. Si algunos párrocos del franquismo pretendían, censores, borrar la herencia arquitectónica de la historia; los de la Edad Media utilizaban muy probablemente esas imágenes de manera didáctica. Por medio de las imágenes eróticas de los capiteles románicos, los religiosos de la época querían ilustrar a sus fieles sobre el camino más directo para llegar al infierno. Por eso aparecen hombres masturbándose, por eso aparecen parejas copulando en posturas imposibles, por eso la serpiente (símbolo del pecado) muerde el pecho de la mujer en más de una imagen.

Hay otros teóricos, sin embargo, que apuntan a otra función como explicación del porqué de la existencia de estas imágenes eróticas en iglesias medievales. De manera indirecta, con la exhibición de imágenes eróticas en iglesias, la Iglesia buscaría que la gente, excitada, se dejara llevar por los placeres del sexo y se reprodujera. El doble lenguaje de la Iglesia (castidad en los sermones, erotismo en parte de la iconografía de sus iglesias) estaría justificado por una necesidad de aumento de la población para, de ese modo, aumentar la recaudación. A más población, más dinero. No hay que olvidar nunca que la Iglesia tenía capacidad recaudatoria en los años de la Edad Media.

Una tercera teoría apunta a que la existencia de esas imágenes eróticas en los capiteles románicos se debe a un encargo particular de los nobles que financiaban las obras de las iglesias y pagaban el salario de los canteros. Éstos, obedeciendo al capricho del noble, elaborarían esas imágenes eróticas.

Hay más teorías que pretenden explicar el porqué de esa imagen. Una de ellas, la de Claudio Lange, apunta a que los cuerpos desnudos representados en las imágenes eróticas de las iglesias de la Edad Media son cuerpos de hombres y mujeres musulmanes. En plena Reconquista, en plena lucha de moros contra cristianos, esas imágenes formarían parte de una campaña publicitaria destinada a denigrar y, al mismo tiempo, demonizar al enemigo.

Una última teoría apunta a que las imágenes eróticas de las iglesias medievales no serían sino la expresión artística de lo cotidiano. Para los defensores de esta teoría, la sociedad actual sería, de lejos, mucho más mojigata que la medieval. O al menos habría restringido la práctica sexual a un ambiente mucho más íntimo. Los defensores de esta teoría hablan de cómo, en casas de una sola estancia, el sexo era algo que estaba a la vista de todo el mundo. Los hijos verían cómo los padres copulaban y el sexo sería considerado, así, algo completamente natural y normal. Y como natural y normal se plasmaría en los capiteles de sus iglesias. Éstos, del mismo modo que plasmaban escenas de siega, recolección u otras relacionadas con el trabajo y las formas de trabajo, mostrarían, también, algunas formas de concebir el sexo y disfrutar de él.

Como vemos, el mundo medieval y su representación artística eran mucho más eróticos de lo que en un principio podríamos haber creído. Y es que no hay nada peor, cuando de los seres humanos y de la sociedad se hable, que aferrarse a los estereotipos.