Una bella mirada verde

Hay mujeres que necesitan caminar para irradiar todo su poder de seducción. En el vaivén de sus caderas anida una especie de sortilegio que hace que las miradas de los hombres se prendan de ellas mientras sus imaginaciones cabalgan hacia coitos desmadrados y salvajes. Hay mujeres que, por el contrario, fundamentan su poder de seducción en la maravilla de su escote. Para estas mujeres, el canalillo entre sus pechos es el espacio por el que se desagua toda la esencia del deseo masculino. Son éstas las mujeres pechugonas, tetudas, tetonas; mujeres de una sensualidad obvia que contrasta con la de aquellas otras que, más allá de lo evidente, atesoran toda su sensualidad en la mirada. En el caso de estas mujeres, no importa la ropa que se pongan ni los centímetros cuadrados de piel que muestren al vestirse. Basta con que estas mujeres fijen su vista en alguien para que ese alguien quede herido con la flecha siempre certera de su poder de seducción. El erotismo de Emma Stone, por ejemplo, es de ese tipo.

La recientemente galardonada con el Óscar a la Mejor Actriz por su papel en la película La La Land es de esas mujeres a las que les basta fijar su vista en nosotros para hacer que nos derritamos de placer. Emma Stone, que ya había sido nominada al Óscar por su participación en la película Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (film dirigido por Alejandro G. Iñárritu, estrenado en 2014 y galardonado, entre otros, con el Óscar a la Mejor película y al Mejor guión original), es una bella mujer pelirroja que, como la inmensa mayoría de las pelirrojas, nos plantea con su cuerpo un reto de muy placentera realización: el de contar, una tras otra, todas las pecas que lo cubren.

En el cuerpo de Emma Stone no vamos a encontrar la rotundidez del cuerpo de otras bellas mujeres que avasallan literalmente nuestra mirada con la espectacularidad de sus medidas y la rotundidad absoluta de sus curvas. En el cuerpo de Emma Stone encontramos la languidez de algunas rubias, ese aire casi principesco que tienen algunas mujeres y que las convierten en mujeres aparentemente inalcanzables.

La blanca piel de Emma Stone hace pensar en salones palaciegos, en bailes de minué, en recepciones para el té, en cuestaciones sociales, en paseos por el jardín con la ayuda imprescindible de una sombrilla. Que el sol no toque la tez de la princesa. Que el sol no le otorgue ese aire plebeyo de quien se gana la vida al aire libre. Que los brazos de Su Alteza no se confundan con los de la labriega que, inclinada sobre el surco, extrae a la tierra sus frutos.

Emma Stone nos ha conquistado desde siempre. Desde que era rubia hasta que, creemos que de manera acertada, introdujo el pelirrojo en su coloración capilar para, de ese modo, introducirla en el privilegiado club de bellas mujeres pelirrojas en el que podemos encontrar a mujeres de la talla de Rita Hyaworth, Scarlett Johansson, Maureen O’Hara, Isabelle Huppert, Christina Hendricks, Julianne Moore, Susan Sarandon, Alicia Witt o, ¿por qué no?, Jessica Rabbit, Merida (Indomable) o Anna, de Frozen. Nada mejor que el toque ígneo de los cabellos de Emma Stone para realzar el verde natural de sus ojos. Es ese verde casi transparente el que nos enamora. Es ese verde licuado el que nos hace pensar en una sexualidad elegantemente refinada, lánguida sólo en apariencia, intensa en su contenido.

Emma Stone será Cruella de Vil

Emma Stone nos enamora porque vemos en ella a una mujer camaleónica que sabe reír y también llorar. Aunque sabemos que es actriz y que vive, precisamente, de exhibir mil y un estados de ánimo diferentes y un buen abanico de sentimientos, en los ojos de Emma Stone vemos (o queremos ver) una cierta sinceridad. Por eso la imaginamos (y eso nos excita mucho) como una mujer con los sentimientos a flor de piel. En base a ello, queremos creer que Emma Stone no será una mujer fría en la cama, no calculará, no estará a la espera, no será una esfinge. Emma Stone follando debe hacerlo con los cinco sentidos puestos en lo que está haciendo. Entregándose. Emma Stone, por supuesto (y a esta creencia nos aferramos como nos aferraríamos a un tronco de madera en mitad de un naufragio), nunca fingirá un orgasmo. Se dejará llevar hasta él. Se sumergirá, gozosa, en su oleaje.

Emma Stone, además, tiene algo que siempre nos ha excitado en una mujer y que siempre asociamos a la capacidad de vivir y gozar y entregarse a los placeres de la vida, y ese algo es ese puntito ronco en la voz que a nosotros, particularmente, nos parece tan sensual. Una mujer con ese puntito ronco en la voz, pensamos, no puede ser una mujer remilgada en la cama. Y su orgasmo siempre debe llegar precedido de un gemido lleno de aristas, una especie de rugido que no llega a brotar de la garganta pero que habla del celo satisfecho de una mujer que se ha entregado completamente.

Nos gusta imaginar el desnudo de Emma Stone como un faro encendido en mitad de la noche. La sola claridad de su piel debe bastar para iluminar una habitación. Al igual que la mujer desnuda del poema de Benedetti, la desnudez de Emma Stone debe generar un resplandor que, a buen seguro, genera confianza e invita a la caricia y al beso.

Como las artistas clásicas, Emma Stone ha ido izando poco a poco su más que prometedora carrera cinematográfica apoyándose en su gesto camaleónico, en su capacidad para mostrar emociones diversas y en su magistral naturalidad ante las cámaras. Emma Stone puede ser la chica de Spiderman y, también, esa Mia Dolan cuya interpretación la ha valido su primer Óscar. Por poder ser, Emma Stone puede ser hasta Cruella de Vil, la famosa villana que, en 101 dálmatas, quiere hacerse un abrigo con piel de cachorros. Emma Stone ha sido la escogida para representar ese papel en el remake del clásico de Disney que se estrenará en 2018. Sin duda, ésa será una magnífica ocasión para mostrar, una vez más, su gran versatilidad.