Exposición sobre la sexualidad “no normativa”

Se ha inaugurado en Madrid con motivo de la celebración del Día Mundial del Orgullo Gay pero podrá contemplarse hasta el próximo 10 de septiembre. Es decir: tenemos todo el verano por delante para acercarnos a la capital de España y adentrarnos en las siempre muy recomendables salas del Museo del Prado. Si cualquier excusa es buena para visitar la pinacoteca madrileña, la que queremos resaltar en este artículo es inmejorable: tiene que ver con el erotismo y con el modo que tenemos los seres humanos para vivir nuestra sexualidad.

Y es que el Museo del Prado propone un itinerario expositivo para acercarse de un modo diferente a su colección permanente. Dicho itinerario sirve para recorrer 30 obras a través de las cuáles se puede constatar cómo el arte, de una manera u otra, ha servido a lo largo de los siglos para dejar constancia de las relaciones sentimentales entre personas del mismo sexo y de las identidades sexuales “no normativas”.

Entre la treintena de obras que forman parte de La mirada del otro (ése es el título de la muestra expuesta en la pinacoteca madrileña) podemos destacar las siguientes.

El rapto de Ganímedes, de Rubens

Como tantas obras de la historia del Arte, ésta del pintor alemán Pedro Pablo Rubens también encuentra su inspiración y su motivo en alguna historia tomada de la mitología clásica. En este caso, Rubens se sirve del rapto del joven Ganímedes por parte de Júpiter. Éste, transformado en águila, quiere raptar a aquél para convertirlo en su amante.

Si algo nos demuestra este cuadro es que el recurrir a la mitología ha sido a lo largo de los años un recurso muy habitual para representar la homosexualidad. El pintor que quería plasmar un tema gay recurría a los mitos clásicos para hacerlo.

Las obras de este tipo, sin embargo, estaban reservadas para ser contempladas en espacios privilegiados propiedad de personas muy poderosas. Del mismo modo que la narrativa erótica de la época sólo estaba al alcance de un número finito de privilegiados, la pintura de trasfondo erótico sólo podía ser disfrutada en privado por un número reducido de personas.

David con la cabeza de Goliat, de Caravaggio

Si esta obra de temática bíblica ha sido incluida en la muestra La mirada del otro ha sido por un motivo: su autor, Michelangelo Merisi da Caravaggio fue detenido y juzgado por sodomía. Caravaggio, que encontró en la Iglesia a algunos de sus grandes defensores y también a algunos de sus grandes enemigos, fue acusado de sodomía por un pintor rival. Que fuera absuelto de los cargos no impidió que sufriera un tiempo de prisión preventiva.

A partir de ahí, sobre la obra y la vida de Caravaggio pesará siempre una leyenda negra que, unida a una azarosa vida llena de riñas y discusiones, siempre ejercerá su influencia sobre todos aquellos que se acerquen a la obra de este pintor milanés que vivió a caballo de los siglos XVI y XVII.

Brígida del Río, la barbuda de Peñaranda, de Juan Sánchez Cotán

Ni hombre ni mujer, sino una tercera cosa. Eso es lo que intentan representar todas aquellas obras en las que se muestra a una mujer barbuda. De ese modo se plasmaba lo que en el Siglo de Oro se llamaba “lo tercero”, es decir, aquellas personas a las que resultaba difícil, por aspecto o por orientación, encuadrar en el demasiado simplista binomio hombre/mujer.

Ahora bien, ¿cuál era la intencionalidad de estas obras? No pensemos que la intención de las mismas era reivindicar el derecho a la diversidad sexual de esas personas, no. En la inmensa mayoría de los casos era precisamente lo contrario: reprobar “lo tercero”, es decir, lo que se salía de lo que era y es considerado por muchas personas todavía como la normalidad sexual. En el caso de esta obra del pintor toledano Juan Sánchez Cotán es así. No se podía esperar otra cosa de quien, apenas sobrepasada la cuarentena de edad, decidió ingresar como fraile en la Cartuja de Granada.

Hermafrodito, de Bonuccelli

Esta escultura de bronce del escultor italiano Matteo Bonucelli seguiría la misma senda de la obra anterior, es decir: mostrar un cuerpo sexualmente ambiguo y fuera de lo común. En este caso, Bonucelli hace su particular versión de una estatua clásica de mármol que, descubierta cerca de las termas de Diocleciano, se encuentra actualmente en el Louvre y muestra a un ser mitológico mitad mujer y mitad hombre. Con esta estatua, Bonucelli convierte en imagen un antiguo mito helenístico. Según dicho mito, un hermoso hijo de Hermes y Afrodita (Mercurio y Venus) se estaba bañando en un lago. En dicho lago vivía Salmacis, una de las ninfas de Diana. Salmacis se enamoró del joven y, para demostrarle su amor, le abrazó con toda la intensidad que sus entrañas le pedían. El abrazo fue tan ardiente que los dos cuerpos, el del joven y el de la ninfa, quedaron fundidos en uno que conservaba características tanto femeninas como masculinas. En este caso, el cuerpo aparentemente femenino exhibe un pene perfectamente detallado. El Hermafrodito, de Bonuccelli, sería, pues, una especie de canto a la transexualidad.

San Sebastián, de Guido Reni

Si en el mundo del arte hay una imagen icónica del erotismo gay ésa es la del cuerpo semidesnudo y atravesado de saetas de san Sebastián. Son muchos los pintores que han pintado esta escena y algunos de ellos han realizado, como es el caso de Guido Reni (1575-1642), diversas versiones.

Además del San Sebastián expuesto en la colección permanente del Museo del Prado, Guido Reni es el autor del San Sebastiano expuesto en el Musei di Strada Nuova, sito en el genovés Palazzo Rosso, al que Oscar Wilde dedicó su primera poesía homoerótica y a quien el escritor japonés Yukio Mishima dedicó diversas reflexiones eróticas; y del St Sebastian que se expone en la Dulwich Pictura Gallery de Londres.

Es sin embargo la obra del pintor boloñés expuesta en el Museo del Prado una de las más populares y una de las grandes obras gays presentes en La mirada del otro. Escenarios para la diferencia.

Contemplar esta exposición es una buena manera de acercarse a esas otras maneras de vivir la sexualidad que van más allá de lo que tradicionalmente se ha considerado lo normal, es decir, la relación heterosexual sin matices ni fisuras.