Fotografía erótica al borde del mar

Hay fotógrafos cuyas imágenes remiten a un erotismo turbio y barroco (Jan Saudek), fotógrafos que buscan plasmar en sus obras una sensualidad femenina cargada de elegancia y glamour (Helmut Newton), fotógrafos que intentan que sus imágenes sean un ejemplo de transgresión canalla (Ellen Von Unwerth ) y fotógrafos que, puestos a elegir opciones a la hora de reflejar lo innegablemente erótico del cuerpo femenino, optan por seguir la senda de la introspección (Ralph Gibson) o el surrealismo (Man Ray). Todos estos tipos de fotógrafos aparecen ante nuestros ojos investidos de la seriedad y el prestigio de quien, sirviéndose de la imagen del cuerpo desnudo de la mujer, intenta plasmar toda una concepción del mundo y el erotismo. Vemos en esa foto un trabajo más o menos concienzudo. De los bodegones corporales de Newton a los hipertrabajados y coloreados desnudos del gran Saudek, todo en esa fotografía erótica que vamos conociendo nos empuja a pensar en aquellos pintores que, pincel en mano, iban dejando sobre el lienzo el cuerpo desnudo de alguna belleza de su tiempo.

Y de golpe y porrazo, cuando más acomodados nos encontramos en esa visión casi artesanal del fotógrafo erótico, aparece Henrik Purienne y el estereotipo del fotógrafo que planifica una imagen y la trabaja casi hasta la extenuación se nos viene abajo. Mirando una fotografía de Henrik Purienne pensamos en aquellas fotografías que nosotros hicimos a aquella novia nuestra con la que tuvimos la suerte de vivir unas tórridas e inolvidables vacaciones veraniegas en aquellas playas que ya no recordamos si eran de la Costa Brava, de Peñíscola, de la costa malagueña o de algún rincón con reminiscencias vírgenes de las costas de Lanzarote, Ibiza, Menorca o Tenerife.

No recordamos con exactitud la playa en que hicimos todas aquellas fotografías que no sabemos en qué mudanza se perdieron o en qué caja de cartón, metal o plástico duermen su nostalgia, pero sí recordamos el cuerpo estirado de aquella novia nuestra que apenas acababa de entrar en la mayoría de edad y que todavía conservaba las líneas estilizadas y casi andróginas de la preadolescencia.
No podemos recordar el punto exacto de la geografía en que fuimos felices soñando con un verano eterno que estaba hecho en exclusiva para amar y ser amado, pero sí recordamos todavía (o nuestros dedos lo recuerdan) el tacto de aquella piel bronceada en la que se notaban las marcas que dejaba el biquini y el aroma a crema protectora o a aceite solar de aquel cuerpo que tanto amamos y que tanto placer nos dio.

Un verano inolvidable

Todo eso es, exactamente, lo que la fotografía erótica de Henrik Purienne nos transmite. Las imágenes de Purienne vienen a ser algo así como las estampas desenfadadas, vivas y directas de unas vacaciones perfectas. Resulta muy complicado contemplar una foto de Henrik Purienne sin entregarse al placer de sumergirse en una fantasía esencialmente veraniega.

Hedonismo, bañadores mojados, tiempo detenido, cuerpos estilizados de mujeres semidesnudas que hacen auto-stop, se relajan en el interior o el exterior de un vehículo deportivo de lujo o disfrutan de la caricia del agua del mar o de una piscina entregándose ociosas al lamido de los rayos de un sol que ilumina unos cabellos habitualmente rubios… todo esto es lo que se convierte, bajo la mirada desenfadada y cruda de Henrik Purienne, en materia de unas fotografías que, en cierto modo, y tal y como ha declarado él mismo, guardan mucho del carácter documental que tuvieron los trabajos del artista en sus primeros tiempos, cuando fue director de documentales.

Las fotografías que Henrik Purienne hace a sus modelos podrían ser las fotografías que hiciera a cualquiera de sus novias. De hecho, algunas de esas modelos lo han sido. De hecho, fue fotografiando a una de sus novias como Henrik Purienne descubrió su vocación. La fotografía se convirtió en su pasión y el ambiente playero que había conocido en su juventud sudafricana, su temática preferida. Que se trasladara a vivir a L.A. no hizo sino reforzar esa temática playera y veraniega. Después de todo, a la hora de buscar un lugar en el que poder trabajar sus temas y lanzar al mundo su propuesta artística, ¿qué mejor que el de las costas californianas? De allí provienen la mayor parte de sus fotografías eróticas. Nosotros las contemplamos con los ojos achispados de deseo, melancolía y un poco de ensoñación. Vemos las fotografías eróticas de Henrik Purienne y, mientras recordamos aquel verano que una vez vivimos con aquella novia que, como dice la canción, “abrió a la luna” nuestros sentidos, nos dejamos mecer por el sueño de poder volver a él. Y entonces, al pensar eso, al dejarnos llevar por esa sensación, caemos en la cuenta de que, después de todo, Purienne no es tan distinto a los otros fotógrafos eróticos de los que ya hemos hablado. Como él mismo dice al hablar de su trabajo y de cómo lo expone anualmente en su revista Mirage, sus fotos no dejan de ser, en cierto modo, la extensión de su mundo. Un mundo veraniegamente erótico. Un mundo de placer y ocio. Un mundo sin traumas ni dobleces. Un mundo en el que el placer es algo que está a flor de piel.

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