Cuadros dorados

Este año se conmemora el centenario del fallecimiento del pintor austríaco Gustav Klimt, lo que supone una excelente ocasión para hablar en nuestra web de la obra de un pintor que supo realizar una combinación personalísima y perfectamente identificable de belleza y sensualidad, de bizantismo y erotismo,

Los cuadros de Klimt son fáciles de identificar. En ellos adquiere una relevancia especial el uso de los colores dorados. No en vano, el color dorado fue un color muy relacionado con la familia Klimt: el padre del famoso pintor fue grabador de oro y Gustav Klimt decidió, de alguna manera, homenajear a su progenitor utilizando dicho color desde que falleciera en 1892, cuando Klimt contaba 30 años de edad.

Gustav Klimt nació en Baumgarten, una ciudad independiente que hoy pertenece a un distrito de Viena, en 1862. De su infancia se sabe poco. Se dice que fue un niño pobre hijo de emigrantes y que fue gracias a su talento cómo, con catorce años, consiguió una beca para estudiar arte en Viena. Fue en la capital austríaca donde se formó hasta 1890. Los amantes de la obra de Klimt saben que los cuadros más clásicos y realistas del pintor austríaco son de esa época.

Fue al iniciarse la década de los 90 del siglo XIX cuando Klimt conoció a una mujer que iba a resultar fundamental tanto para su vida como para su obra: Emilie Flöge, una diseñadora de modas de los ambientes bohemios vieneses y empresaria austríaca que, al parecer, fue durante toda su vida la pareja del pintor. Y es que ellos, reservados de su intimidad, nunca hicieron público si eran amantes o no ni tampoco lo desmintieron. Lo que sí está comprobado es que, estuviera con Emilie Flöge o no, Gustav Klimt tuvo varias relaciones amorosas y de ellas nacieron los entre tres y catorce hijos que, según unas fuentes u otras, tuvo a lo largo de su vida.

Klimt fue durante la década de la que hablamos el principal autor de lo que se llamó “Secesión vienesa”, un movimiento pictórico en el que confluían artistas realistas, simbolistas y naturalistas que tenían, todos ellos, el mismo objetivo: renovar el arte. Fue precisamente durante estos años cuando Klimt fue tratado por vez primera de pornógrafo. ¿El motivo? Las figuras que pintó en los techos de la Universidad de Viena. Por desgracia, esas pinturas fueron destruidas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y de ellas sólo quedan algunas fotografías maltrechas.

La mujer en los cuadros de Klimt

En la pintura de Klimt puede contemplarse la influencia directa del arte bizantino, del que el pintor austríaco se empapó en un viaje por Italia. Las láminas y el pan de oro que utilizó en sus cuadros pueden considerarse, en cierto modo, herencia directa no sólo del oficio de su padre, sino también de los resplandecientes mosaicos de la veneciana Basílica de San Marcos. El beso o el Retrato de Adele Bloch-Bauer son dos de sus obras más conocidas de esta época.

En las pinturas de Gustav Klimt podemos encontrar un prototipo de mujer muy determinado, mujeres que, seductoras y amenazantes al mismo tiempo, son al mismo tiempo símbolo de vida y de muerte. Dicho de otro modo: las protagonistas de los cuadros de Klimt son femmes fatales como podría serlo Judith, el personaje bíblico que decapitó a Holofernes, y a la que Gustav Klimt dedicó uno de sus cuadros más célebres y cargado de sensualidad y erotismo. Ecléctico y seductor, Klimt rinde en sus cuadros un elegante homenaje al cuerpo femenino y a su belleza y desnudez. En muchos de esos cuadros, la mujer representada por Klimt es una mujer pelirroja y de piel pálida. Así es, por ejemplo, la protagonista de Dánae.

La pintura de Gustav Klimt fue alabada y criticada a partes iguales. Un arte tan personal no está hecho para las medias tintas: o desagrada o fascina. Experimentador hasta el tuétanos y admirador de Durero y de Rodin, Gustav Klimt, de quien se ha llegado a decir que tenía influencias egipcias y mesopotámicas, rompió las barreras que podían separar las bellas artes y las artes decorativas. Tal vez por eso su obra sigue gustando cien años después de su muerte.

Prolífico (él mismo se definió como “un pintor que pinta día tras día, de la mañana a la noche”), de Gustav Klimt se conserva una obra extensa a pesar de que gran parte de ella fue destrozada por las tropas nazis. La mayor parte de la obra conservada de Klimt se exhibe en la colección permanente del Belvedere Museum de Viena,

Gustav Klimt, finalmente, falleció en 1918 a consecuencia de lo que se llamó “gripe española”, una pandemia que sacudió al mundo entero y que, en un solo año, causó la muerte de entre 20 y 40 millones de persona en todo el mundo. Su obra, así como el erotismo sensual y barroco plasmado en ella, sigue fresco y vivo.