La surfista sexy

Es inevitable. Los que pasamos parte de nuestras siestas veraniegas esperando que el calor descendiera para echarnos a la calle tenemos aquella playa grabada en nuestras retinas. Era la playa de Santa Mónica, en la costa de Los Ángeles, California. Aquella era la playa de David Hasselhoff, de Yasmine Bleeth, de Erika Eleniak y, por supuesto, de Pamela Anderson. ¿Cuántas pajas no nos hicimos en aquellos tiempos soñando con que estallábamos de placer sobre las rotundidades mamarias de Pamela? ¿Cuántas veces no nos tocamos, en el sopor de la siesta, observando los movimientos de aquella bella playmate de ancestros ucranianos que era Erika Eleniak?

De Vigilantes de la playa nos quedó una atracción casi fetichista por los bañadores rojos y una adoración a aquella especie de sirenas sobre las que pivotaban toda serie de accidentes argumentales que aquel equipo de vigilantes a medio camino entre la belleza y la horterada intentaba evitar o paliar. En nuestra mitomanía erótica particular empezaron a ocupar su espacio aquellas sirenas que, en aquellos capítulos y con una tabla de surf en sus manos, atravesaban las arenas de la playa y se lanzaban hacia los territorios acuosos del oleaje para cabalgar las olas y dejar tras de sí una doble estela de espuma y deseo.

Y es que nuestros ojos, adolescentes entonces, buscaban cualquier atisbo de sensualidad para iluminar aquellas pajas tan neófitas como placenteras con las que entonces aliviábamos el deseo insatisfecho y virgen de nuestros testículos en ebullición. ¿Y qué mejor sensualidad que la de los cuerpos de aquellas mujeres que parecían esculpidas por el viento marino y el salitre de la mar para proveernos de imágenes excitantes?

Seguramente es por eso que ahora, Anastasia Ashley, cada vez que te vemos en bikini o en bañador, preparada para afrontar el reto de ponerte a la grupa de tantas y tantas olas californianas, sentimos un escalofrío recorriéndonos la espina dorsal. Ese escalofrío, Anastasia Ashley, es el de la adolescencia volviendo al galope y exigiendo su homenaje de paja y eyaculación. Vemos tu culo poderoso imponiéndose a la desbordante exuberancia de la salvaje naturaleza marina y nos entregamos a un delirio de sodomizaciones sin descanso.

Como ves, Anastasia Ashley, surfera de nuestros delirios más sucios, hemos evolucionado desde aquella adolescencia lejana y ardiente y ya no nos conformarnos con corrernos en tus tetas después de pelárnosla como los monos o de soñar con que tu boca, tan poco sonriente en la mayor parte de las fotos, devora aplicada y delicadamente la inflamación excitada de nuestro pene. Eso nos bastaba a los quince años, cuando nos acomplejaba, por ejemplo, la exuberancia mamaria de Pamela Anderson, y la virginidad era una barrera a derribar. Ahora queremos que nos cabalgues bien cabalgados después de chupárnosla, que te muevas encima de nosotros como lo haces sobre las olas, dominándolas, haciéndolas tuyas, reinando sobre sus caprichos como una de las reinas del surf actual que eres. Ya llegará el momento, cuando la excitación nos pueda, en que te pidamos la ofrenda de esa grupa maravillosa en la que nosotros entraremos con el mismo sentido de pertenencia con el que Ulises regresó a Ítaca tras vencer tantas y tantas pruebas, una de ellas el canto alucinante y tramposo de las sirenas.

Así apareces ante nuestros ojos, Anastasia Ashley: como una sirena que, en mitad de las aguas marinas, nos tentases con el canto hipnótico de tu cuerpo escultural, con la maravilla sinuosa de tu cuerpo y la acogedora redondez de tu culo. Lo vemos en tantas y tantas fotos como has mostrado en Instagram o en la revista Sports Illustrated, observamos una y otra vez el vídeo de tu calentamiento a orillas de la mar, ese movimiento de cadera y cintura, ese vaivén cachondo, y cerramos los ojos para que tu imagen perviva dentro de nuestra memoria hasta el fin de los tiempos.

Y esa imagen pervive dentro de nosotros, pero lo hace metamorfoseada por la sucia mano de nuestra imaginación, que te ha despojado de tu ropa de baño y te ha dejado en cueros, tal y como tu madre te trajo al mundo a orillas del Pacífico hace 28 años, natural y deseable, ardientemente refrescante, carnal y provocativa, seductora y putona.

Cerramos los ojos y vemos a Anastasia Ashley desnuda y cabalgando las olas como una verdadera sirena llegada desde el fondo de los mares para arrastrarnos a un fondo de deseos desatados y fantasías turbulentas. En esas fantasías nos enroscamos a su cuerpo como náufragos que se aferraran a un tronco flotante. Y aferrados a ese cuerpo soñado, nos sentimos naufragar de deseo insatisfecho.

Y es así, convertidos en harapientos náufragos, con la insatisfacción sexual dejándonos en la boca un amargo sabor a brea y sal, como llegamos a orillas de la mejor playa que podamos imaginar, aquélla por la que caminan las mejores vigilantes de la playa que podamos imaginar: todas esas bellas prostitutas de lujo que, anunciadas en girlsbcn.com, nos ofrecen el tratamiento perfecto para salvarnos del naufragio definitivo de la paja imperfecta y del deseo insatisfecho.

Y son al final esas mujeres de carne y hueso, esculturales féminas de curvas indomables y culos poderosos llegadas desde los cinco puntos cardinales las que finalmente nos curan de ese naufragio del deseo al que nos empujan esas sirenas del papel couché y la cuenta de Instagram que, como apariciones mitológicas, nos dejan con el aliento en ascuas y los testículos en ebullición, pidiendo alivio.

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