Un divorcio galáctico

La historia no es nueva. La historia habla de cómo dos personas se conocen, se sienten atraídas, inician una relación, tienen hijos… Esas personas experimentan una serie de sentimientos que van evolucionando con el tiempo. Del embeleso inicial y los latidos atropellados por la pasión se avanza (a veces al paso, en ocasiones al trote, en algunas al galope) hacia ese tiempo en el que, a fuerza de roce, a fuerza de convivencia, se van descubriendo los primeros defectos en el otro. Que si ya no me besas tanto como antes. Que si ya no me tratas con el cariño con el que antes lo hacías. Que si llevas ya un tiempo bebiendo demasiado. Que si las miras a todas. Que si los miras a todos. Que si aparta los pies, que los tienes fríos. Que si esta noche no, que he tenido un día muy duro. Que si de dónde vienes a estas horas. Que si no te preocupas para nada de los niños. Y la historia que fue de amor se convierte en historia de desamor. Lo que eran besos, caricias y gemidos de placer se convierten entonces en una sucesión inacabable de reproches y quejas. Uno de los dos, el más valiente, el más harto, el más decepcionado, el más herido, da el paso adelante y toma la decisión. Que si anda y que te jodan.

Es entonces cuando los abogados entran en escena con los dientes afilados para justificar su minuta. Sobre todo cuando hay mucho por lo que discutir y se tienen muchos hijos en común. Sobre todo cuando aquéllos que han decidido divorciarse son famosos y millonarios como lo son, pongamos por caso, Brad Pitt y Angelina Jolie.

El divorcio de los dos actores ha revolucionado las redes. Hasta los informativos más “serios” de la parrilla televisiva española han reservado un espacio para hablar de quienes se conocieron interpretando los papeles del Sr. y la Sra. Smith y que, tras casi quince años de relación, han acabado entablando una lucha sin cuartel semejante a la que mantuvieron en la ficción interpretando a los dos asesinos a sueldo que John y Jane Smith eran en el film de Doug Liman.

La sombra de la Otra

Sin llegar a convertirse en guerras de exterminio (aunque en ocasiones lo parezcan), los divorcios son a veces enfrentamientos inusitadamente cruentos. En los divorcios se hace el recuento de quién puso más en la relación, se revisan los asientos del debe y el haber, se airean los trapos sucios, se abre el cajón de mierda, se recriminan los deslices y salen a relucir nombres propios que, ajenos a la pareja, parecen convertirse en culpables de la quiebra de la misma.

Es entonces cuando se habla de la Otra o del Otro. Y el nombre de ese Otro o esa Otra se anuda por siempre jamás a la historia de la pareja en ruinas. Mila Kunis fue, según se dice, la Otra para Demi Moore. Angelina Jolie fue la Otra para Jennifer Aniston. Y, ahora, cuando el matrimonio de Jolie y Pitt se desmorona, la vox populi decidió que había una Otra y que esa Otra no era sino la actriz y cantante Marion Cotillard. Cotillard, galardonada con un Oscar (entre otros premios) por su interpretación del mito de la canción francesa Édith Piaf en la película La Môme (La vida en rosa) y embarazada de varios meses, no ha tardado demasiado en desmentir los rumores vía Instagram, que, como sabemos, y junto a Twitter y Facebook, es el canal para comunicar oficialmente y urbi et orbe las grandes noticias.

No, ha dicho la deliciosamente atractiva Marion Cotillard por Instagram: ella no tiene nada que ver con Brad Pritt más allá de la relación profesional que mantuvieron hace algunos meses, cuando rodaron Allied (Aliados). Ella, dice la actriz francesa, está enamorada de su marido. Él es el hombre de su vida, el padre de su hijo y del que viene en camino, afirma Cotillard. Y remacha su comunicado deseando a “Angelina y Brad”, a quienes asegura respetar mucho, que “encuentren paz en este momento tan perturbador”.

Sensualidad parisina

Todo el revuelo organizado alrededor del divorcio de Angelina Jolie y Brad Pitt nos ha servido, sin embargo, para fijar nuestra mirada en Marion Cotillard. Cotillard no es una mujer físicamente escultural. Probablemente, Marion Cotillard no tiene el glamour de Angelina Jolie ni una belleza tan llamativa como la otrora díscola hija de John Voight, pero tiene sensualidad, belleza y exuda erotismo en cada una de sus miradas y en cada uno de sus gestos.

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Marion Cotillard es esa francesita con la que todos quisiéramos vivir un tórrido romance. ¿Quién mejor que Marion Cotillard para disfrutar de una noche de amor en una buhardilla de Montmatre? ¿Quién mejor que esta parisina de 41 años e hija de artistas para pasear por la Rive Gauche, compartir un desayuno en Le Deux Magots o saborear, sin prisas, una cena romántica en La Closerie des Lilas? Con Marion Cotillard incurriríamos en todos los tópicos en los que suelen incurrir los enamorados que un día tuvieron la suerte de visitar París: navegaríamos por el Sena a bordo de un bateau mouche, nos tomaríamos de la mano al pasear por el Bois de Bologne, nos miraríamos a los ojos con languidez en un rincón de un bistrot o colgaríamos un candado en el Pont des Arts. Si tuviéramos la dicha de ser pareja de Marion Cotillard buscaríamos cualquier excusa para besarla en cualquier esquina del Marais, del Quartier Latin o de la Ille de la Cité.

De Marion Cotillard nos enamora la belleza azulada, soñadora, enigmática y un poco triste de sus ojos. De Marion Cotillard, puestos a ser románticos, nos seduce la seda de su cuello. Con qué gusto besaríamos ese cuello, con qué placer dejaríamos la adoración de nuestros labios en cada rincón de ese cuerpo no mancillado por la garrulez excesiva de la aguja y la tinta. Hay tatuajes y tatuajes. Los de la Jolie siempre nos parecieron algo excesivos, algo garrulos. De Marion Cotillard nos subyuga la cálida femineidad de sus pechos. Vemos a Marion Cotillard desnuda en alguna de sus películas o la contemplamos bañándose en las aguas del mar y quedamos maravillados ante la carnalidad maternal y acogedora de sus pechos. Marion Cotillard desnuda es un canto a esa belleza femenina que no tiene que pasearse sobre la cuerda floja de la anorexia para llamar la atención.

Contemplamos a Marion Cotillard en alguna fotografía, tumbada y desnuda, exhibiendo el vello púbico y sus bellos pechos, y, al contemplarla así, no podemos evitar pensar que Marion Cotillard es un paraíso que parece esperarnos para que descubramos hasta qué punto el amor y el delirio sexual pueden ir de la mano. Sobrepasado el anonadamiento que siempre nos produce la belleza, iríamos descubriendo poco a poco los encantos de ese cuerpo, los rincones más ocultos, los sabores de cada uno de ellos.

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Sin explicarnos muy bien por qué, imaginamos a Marion Cotillard follando sin aspavientos, sin gritos, sin uñas clavadas en la espalda ni teatralidad alguna. El follar de Marion Cotillard debe ser un follar hondo y calmado, un follar sabio e introspectivo, un follar que, desnudo de histerismos, sea algo así como paladear como lo haría un gourmet cada uno de los placeres que se vayan experimentando desde que la primera prenda de ropa caiga a los pies de la cama hasta que el cuerpo entero, traspasado por una especie de corriente hecha de fuego y electricidad, se deshaga en un licuarse que deje en los labios la sonrisa agradecida de la mujer complacida y el mirar empañado de quien se ha paseado por las lindes de la gloria.

El pensar en esa Marion Cotillard desnuda y follando es el desenlace inevitable que experimenta todo hombre tras haber pasado un tiempo más o menos largo contemplando fotografías de Marion Cotillard. Nosotros lo hemos hecho y hemos decidido compartirlas contigo para que compartas con nosotros la admiración hacia la belleza serena y natural de esta bella actriz francesa. Seguramente Brad Pitt no tuvo nada que ver con ella, pero si lo hubiera tenido habría gozado, sin duda, de nuestra comprensión. La Jolie es la Jolie, qué duda cabe, pero a los hombres, casi siempre, les acaba enamorando más aquéllas mujeres que se alejan del prototipo Barbie y a las que pueden agarrar sin miedo a que se rompan.

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