Laetitia, ¿casta?

No puede ser, querida Laetitia. Tú no puedes apellidarte Casta. ¿Qué broma es ésa? Tú tienes que apellidarte Lujuria. Ése es un apellido que te cuadra más. No piensa uno en la castidad cuando observa tus labios seductores. Tampoco cuando tus pechos se muestran desinhibidos y hermosos, coronados por esas areolas sonrosadas en las que las guindas que las coronan son dos pezones con los que uno quisiera jugar sin descanso. No piensa uno, no, en la castidad, cuando tu nalgas se nos transparentan a través de un tejido mojado que se engancha a ellas como se engancharían nuestras manos y nuestros labios. No piensa uno, no, en la castidad, cuando tu pubis poblado se nos enseña en la pantalla del cine y nosotros, maravillados ante la visión, pensamos que junto a ese delta de vello púbico que tú nos muestras se encuentra una pequeña delegación del Paraíso en la Tierra.

No Laeitita Casta, no. Cuando uno piensa en tus labios, tus tetas, tu culo o tu coño uno no piensa en la castidad. ¿Cómo hacerlo si tú eres el deseo hecho carne? ¿Cómo hacerlo si, sobre todos los pensamientos castos, nuestra imaginación no hace sino traernos la imagen arrebatadora y tremendamente erótica de Laetitia Casta desnuda, de Laetitia Casta follando? De ambas maneras llevamos ya muchos años viéndola. Tantos, que las tetas de Laetitia Casta se han convertido ya en patrimonio de nuestra memoria erótica. Ella nos ha hecho soñar con el sexo oral. Mirando sus labios carnosos hemos soñado con la mejor de las mamadas posibles. Y soñar con ellas nos ha empujado a una masturbación para la que, puestos a masturbarse, no se pueden encontrar musas de tanta categoría.

Laetitia Casta, musa sexual

Pero no sólo para nosotros has sido musa, Laetitia. Tan musa has sido para tantos, que hasta has llegado a prestar tu rostro a Marianne, la mujer que alegóricamente simboliza a la República Francesa, para que todos los alcaldes de la France tengan tu busto en el despacho y, mirándote, se sientan orgullosos de servir a la misma República que te vio nacer. ¿Cuántos de esos alcaldes no habrán tenido pensamientos lujuriosos mirando ese rostro mientras firmaban edictos y bandos municipales? ¿Cuántos, en una dura mañana de trabajo, no habrán regresado a sus tiempos de bachilleres y se habrán encerrado en el lavabo para masturbarse hasta que el jour de gloire est arrivé? Hasta alguna que otra alcaldesa habrá estimulado su clítoris, seguramente, al imaginarse protagonista, junto a Laetitia, del videoclip que rodaron Laetitia Casta y Rihanna para promocionar la canción I love you. Qué canto tan hermoso al lesbianismo el de ese vídeo. Qué derroche de sensualidad.

Y es que, Laetitia, tú también podrías llamarte así: Laetitia Sensualidad. Pero nunca Casta. No es casto el sexo oral, ni el sexo anal, ni la penetración vaginal, ni el cunnilingus, ni la felación, ni las prácticas BDSM. Nada de eso es casto y es en todo eso en lo que se piensa cuando uno observa tu cuerpo en películas como Gitano o Gainsbourg, vie héroïque. En la primera, el espectador puede disfrutar de las tórridas imágenes de Laetitia Casta follando con Joaquín Cortés. En la segunda, Laetitia Casta interpreta el personaje de Brigitte Bardot, el mito sexual por excelencia del cine francés. La escena en que Laetitia Casta reposa sobre un diván mientras Éric Elmosnino, interpretando a Gainsbourg, toca el piano y canta, está llena de sensualidad y vitalismo.

También está llena de una sensualidad ambigua y sugerentemente zoofílica la imagen que, en Historia de un amor, representa Laetitia Casta cuando, tras bailar sensualmente ante un reno y cantarle el bolero Historia de un amor se despoja de un abrigo de pieles ante el animal y se le ofrece, completamente desnuda, sobre un tronco. El reno se la mira y, la siguiente imagen, nos muestra a Laetitia adormecida, tumbada sobre la tierra, tapada por su abrigo de pieles. ¿Qué ha sucedido antes? ¿Ha hecho el reno lo que tanto de nosotros hemos soñado hacer alguna vez? No parece que otra cosa haya sucedido.

Y es que es imposible resistirse a los encantos de Laetitia. Ya no es sólo la belleza escultural de su trasero. Ya no es la sensualidad tremendamente femenina de sus pechos. Es también la mirada. Los ojos de Laetitia Casta son azules como el mar que baña las costas de Francia y su forma de mirar conserva la ingenuidad de la inocencia. Sólo por eso puede llamarse Casta. Por nada más. Los cineastas no han renunciado a las posibilidades de esa mirada ni a las de ese cuerpo y no han cesado de mostrárnosla inmersa en escenas eminentemente eróticas. En las películas ya citadas, en La Bicyclette Bleue, en Les jeune fille et les loups, en Le grand appartement, Laetitia Casta nos muestra su carnalidad. Imposible obviarla. No importa (¿acaso nosotros no lo hacemos?) que vaya haciéndose mayor. A sus 37 años y tras sus tres maternidades, Laetitia Casta está estupenda. Su carnalidad nos sigue subyugando. Nos hace soñar con polvos imposibles y cuerpos esculturales. Sus fotos más hot están ahí para que disfrutemos con ellas.

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