La hermana de Kim Kardashian

En el artículo dedicado en esta misma sección a Alessandra Ambrosio declarábamos cómo tarde o temprano nos íbamos a ver obligados a dar las gracias al futbolista Cristiano Ronaldo por proveer a nuestra sección de nombres de bellas mujeres que, por un motivo u otro, habían formado en algún momento parte de su vida. Hablamos en ese artículo de la bellísima Irina Shayk (que fue su novia durante varios años) y de la explosiva y turgente Rhian Sugden (que proclamó urbi et orbe haber dado calabazas al archiconocido futbolista). Sirviéndonos del ejemplo de esas mujeres, y aprovechando la ocasión para cantar las alabanzas de la escultural Alessandra Ambrosio, dimos las gracias a CR7 por su aportación a nuestra causa erótica.

Iniciada esa tarea de agradecimientos, y siempre deseando ser justos con todas aquellas personas que de un modo u otro han puesto su granito de arena para que esta sección vaya, semana tras semana, llenándose de sugerentes imágenes de bellas y sensuales mujeres, ¿cómo podíamos obviar a la mujer que ha alumbrado a dos protagonistas de esta sección? Esa mujer es Kris Jenner, una empresaria norteamericana y estrella de la televisión que se ha ganado un puesto especial en nuestro listado de agradecimientos al ser la madre de Kim Kardashian (a quien ya dedicamos un post en esta sección) y de Kendall Jenner, la bella modelo californiana que protagoniza la actual campaña de Mango y que es a quien dedicamos este artículo.

Kim y Kendall, hermanas por parte de madre (Kim es hija del fallecido Robert Kardashian y Kendall lo es de Bruce Jenner, un exdeportista que llegó a ganar la medalla de oro de decatlón en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 y que en 2015 culminó un proceso de cambio de sexo cambiando su nombre de William Bruce por el del Caitlyn Marie), han heredado de ésta el marrón casi negro de los ojos y una belleza que, siendo parecida, presenta matices que nos hace soñar con maneras diferentes de practicar el sexo con cada una de ellas.

Mientras la exuberante Kim nos hace pensar en una sexualidad quizás demasiado obvia y con una cierta tendencia a lo anal (imposible no soñar con abrirse paso entre esas nalgas rotundas y espléndidas para perforar ese agujero que queremos imaginar de profundidades insospechadas y estimulantes estrecheces), la falsamente angelical Kendall Jenner nos hace pensar en un sexo más refinado y morboso, más lento y ritual, mucho más mediatizado por la delicadeza de los amores primerizos. Y es que en tu mirada, Kendall Jenner, brilla todavía un algo de una pureza casi en fuga, una de esas purezas que se han mantenido milagrosamente intactas pero a las que apenas les quedan dos minutos para dejar de serlo y convertirse en algo desatadamente erótico e irresistible.

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El dulce encanto de las lolitas

No hace falta que digamos que la ingenuidad aparente de las lolitas siempre ha actuado para nosotros como un acicate sexual difícilmente combatible. Nos sucedió por ejemplo con Anne Hathaway. Y siempre nos sucederá con la Jane March de la película El amante, la Natasha Kinski de Así como eres o la Liv Tyler de Belleza robada. Nos gusta imaginar cómo tras la apariencia angelical de esas mujeres se oculta el sulfuroso ardor de la lujuria.

Tú perteneces a ese género de mujeres, Kendall Jenner. En tu rostro observamos un algo de adolescencia que se resiste a marchar y eso nos trae el recuerdo de los primeros deseos, aquéllos que las compañeras de instituto nos inoculaban casi sin querer y que a nosotros nos empujaban hacia un ejercicio de auto-consuelo frenético y que, no respetando horarios, iba dejando tras de sí un rastro de semen reseco en calzoncillos, sábanas y pañuelos de papel.

Ahora, Kendall Jenner, tendremos la dicha de poder contemplarte en las paradas de autobús de nuestras ciudades y en más de un cartel de esos que nos alegran la vista cuando vamos paseando por la ciudad. Mango te ha traído a Barcelona, donde has brillado con luz propia (¿cómo no hacerlo con esos 1,83 metros de altura que te gastas, Kendall Jenner?), poniéndote en la primera línea de fuego al colocarte como protagonista de la campaña publicitaria de su colección “Tribal Spirit”. Los que se la cogen con papel de fumar, los que aprovechan la más mínima oportunidad para crear polémica, no tardaron demasiado en poner el grito en el cielo. ¿Qué hacía una mujer blanca protagonizando una campaña inspirada, según afirmó la propia marca, en la sabana africana?

A nosotros, Kendall Jenner, esas polémicas nos importan bastante poco. Adoradores del erotismo como somos, perdonamos (¿cómo no podríamos hacerlo al contemplarte?) que sea una mujer blanca quien protagonice una campaña de este tipo con la misma intensidad con la que aplaudiríamos que la imagen de la misma fuera el de los sin duda también maravillosos cuerpos de mujeres de color como Arlenis Sosa, Tyra Banks, Naomi Campbell o Joan Smalls. Más allá de la acritud de la disputa, nosotros preferimos quedarnos con la maravilla estilizada de tu cuerpo.

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Kendall Jenner desnuda

Kendall Jenner desnuda se nos aparece en nuestra imaginación como aquella mujer a la que cantara el siempre añorado Antonio Flores en una de sus más famosas canciones. Si él vio en el cuerpo de la mujer amada el garabato de un niño, nosotros vemos en Kendall Jenner desnuda el garabato con el que Dios, mejorándose a sí mismo, quiso firmar una obra de arte que embelleciera el mundo y, de paso, diera un barniz de elegancia a ese deseo que siempre tenemos a flor de piel y que de tanto en tanto nos empuja hacia la obscenidad pura y dura.

Sin embargo, nada queda más lejos de nosotros que la obscenidad cuando te miramos, Kendall Jenner. No vamos a negar que al verte soñamos con demorarnos en la caricia de tu cuerpo. No vamos a ocultar a nadie cuánto nos gustaría ir despojándote poco a poco de la ropa para, así, ir dejando al aire las maravillas más ocultas de tu cuerpo. Te haríamos un pijama de saliva y te cubriríamos con él, Kendall Jenner. Honraríamos tus pechos, tus labios, tu vagina. Incluso las zonas más estrechas e íntimas de tu anatomía, Kendall Jenner, serían honradas por nuestra lengua, nuestros labios, nuestros dedos y también, por supuesto, por aquella parte de nuestra anatomía en la que nuestro deseo se hace lanza, estandarte, ariete y bandera.

Todo eso llegaría, amada Kendall Jenner, tras haber compartido una tarde de cine, una cena a media luz o un paseo por la playa. Y es que sólo entonces, y como novios adolescentes que, dejando atrás los miedos e inseguridades propias de la edad del pavo, acabaran rindiéndose a la evidencia casi insultante del deseo, nos atreveríamos a mancillar la pureza casi virginal del culo de Kendall Jenner o de las tetas de Kendall Jenner. Seríamos entonces, al fin, lo que siempre hemos querido ser: los amantes de una lolita que, deseosa de descubrir las mieles del placer y ansiosa por investigar en los humedales en que enloquecen los adultos, nos tomara como instrumento para alcanzar ese placer y nos utilizara a su antojo.

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