Inocente perversión

Perversión e inocencia a partes iguales. Eso es lo que transmiten las imágenes que de ella guardamos. En esas imágenes hay un algo indefiniblemente infantil emborronado por un extraño y jocoso aire de sensualidad. En cierto modo, la chica que nos muestran la imágenes parece una chica traviesa que estuviera jugando a ser mayor. O una chica mayor que no quisiera desprenderse completamente de su infancia y la mantuviera todavía ahí, escondida en algún rincón de un cuerpo especialmente llamado a la carnalidad y al placer pero que, ante la cámara, se muestra juguetona como una niña traviesa.

Ése, el aspecto lúdico y juguetón, además de un indudable encanto físico, era la característica principal que se les pedía a las pin-up, aquellas chicas que aparecían fotografiadas en calendarios, fotografías u otro tipo de ilustración y a las que se les pedía que aparecieran sonriendo y, por supuesto, en una postura sugerente (que no pornográfica).

Aparecidas en la década de los veinte y consolidadas durante la de los treinta, fue sin duda la década de los cuarenta la que, en Estados Unidos, marcó el auge de las pin-up. También se las llamó “cheesecake” (tartas de queso). Con esa expresión se quería indicar lo “buenas” que estaban. A veces aparecían fotografiadas; a veces, pintadas. Que la revista Esquire fuese la primera en publicar ilustraciones pin-up es casi una anécdota. O no. Todavía en la actualidad, Esquire es uno de los nombres de referencia a la hora de valorar el triunfo de una modelo. En Esquire no aparece cualquiera.

De entre todas las pin-up que durante aquellos años se hicieron famosas, Bettie Page fue, seguramente, una de la que más huella dejó como pin-up. Otras mujeres que iniciaron su carrera artística como pin-ups consiguieron hacerse famosas como actrices (ahí tenemos los nombres de Rita Hayworth, Ava Gardner, Veronica Lake o Jane Rusell, por ejemplo), pero Bettie Page fue, muy probablemente, la más famosa pin-up de la historia. Contemplar sus imágenes y su look personalísimo aún nos hace sentir una especie de escalofrío en la médula de nuestro deseo. No importa que la mayor parte de esas imágenes sean en blanco y negro ni que transmitan un innegable aroma a años cincuenta made in USA. La sensualidad de Bettie Page era tanta que, desde la quietud de la fotografía, consigue hacernos sentir la calidez de su carne, el tacto ardiente y acogedor de la misma.

De la vida de Bettie Page pueden resaltarse las duras condiciones en que se desarrolló su infancia. La pequeña Bettie tuvo que soportar la terrible combinación de un padre que abusaba de ella con la de una madre que sentía envidia de ella. Una combinación malsana, sin duda, pero Bettie Page se sobrepuso a todo ello y se volcó en sus aficiones: el cine, la costura, el imitar a las estrellas del celuloide… Una chica independiente y con ganas de abrirse camino en la vida: así era Bettie Page, una muya atractiva mujer que rechazó propuestas no demasiado claras de tipos como el hipermillonario Howard Hughes y que, sin poder estrenarse en el mundo del cine, fue avanzando hacia lo que había de hacerla famosa: el universo pin-up.

Las primeras fotografías, realizadas por Jerry Tibbs, un oficial de policía aficionado a la fotografía, sirvieron para realizar su primer álbum pin-up. Ese álbum le serviría como carta de presentación en el universo pin-up. No tardó en ser reclamada por múltiples publicaciones. Su rostro tardó poco en hacerse mundialmente famoso.

Fue entonces cuando un fotógrafo que sería fundamental en su carrera se cruzó en su vida. Ese fotógrafo fue Irving Klaw. Fue este fotógrafo quien convirtió a Bettie Page en el primer icono bondage y sadomasoauista de la historia. Él la retrató acompañada de instrumentos de azotes y cuerdas, en actitudes claramente BDSM. Nadie que haya visto una imagen de Bettie Page con un látigo en la mano puede olvidarla. Es más: nos atrevemos a decir que nadie que haya visto una fotografía de Bettie Page puede olvidar a esa mujer que espesa melena negra y flequillo personalísimo que transmite una sensualidad irrefrenable en todas sus poses. ¿Cómo olvidar esa sonrisa? ¿Cómo olvidar la chispeante alegría de esos ojos? ¿Cómo permanecer inmune a esas curvas seductoramente femeninas, tan alejadas del en ocasiones excesivamente esmirriado canon de la belleza actual?

Irving Klaw supo ver todo eso y la convirtió en una máquina de hacer dinero. Filmó con ella decenas de cortos en blanco y negro en 8 y 16 mm para clientes específicos que pedían algún tipo de film especial. Estos films no poseían contenido sexual explícito, pero sí pueden considerarse que rozaban el terreno de lo pornográfico.

Bettie Page probó fortuna en el mundo del cine y del teatro, pero sus intentos no cuajaron. Que fuera la mejor modelo pin-up de Nueva York no quería decir que sirviera como actriz. Su belleza parecía estar reservada para brillar en el mundo de la fotografía. Esto, que había sido visto por Tibbs y Klaw, fue visto también por Bunny Yeager. Yeager, que había sido una de las modelos pin-up más fotografiadas, había decidido dedicarse al mundo de la fotografía y encontró en Bettie Page a su mejor modelo. Yeager realizó una impresionante colección de fotografías de Bettie Page. En esta colección abundan las fotografías de Bettie Page desnuda. A Yeager se debe, también, una fotografía que Hugh Hefner, fundador de Playboy, decidió utilizar para colocar a Page como Playmate del mes en enero de 1955. Page, vestida únicamente con un gorro de Santa Claus, está arrodillada junto al árbol de Navidad y, mientras sostiene un adorno navideño, guiña un ojo a la cámara. Pura sensualidad. Pura travesura. Pura Bettie Page. De ella nos llega todavía, tantas décadas después, una sensualidad arrebatadora que pervive al paso del tiempo como sólo la belleza puede hacerlo: dejando tras de sí un sutil aroma a melancolía y placer.

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